Capítulo 2
3 meses después.
Leah.
Luego de 3 meses de trabajar para el Sr. Andrew West, he aprendido dos cosas: 1) Odia el café con azúcar; 2) Odia que hable de más. Con la primera fui capaz de captarlo rápido, al segundo día ya le estaba llevando su café negro sin azúcar, con la segunda sigo aprendiendo. Es difícil para mí no hablar, lo hago desde que tengo menos de un año de haber nacido y he parado solo en pocas ocasiones. Mamá también odia ese defecto ‒para otros es una cualidad‒, cuando estoy con ella dice que elige lo que escucha y lo que no, por lo que obvia el 80% de las palabras que le digo. El otro 20% lo escucha para poder mantener una conversación conmigo. Por otro lado, mi padre es feliz escuchándome parlotear como una hurraca, según él es muy divertida la rapidez con la que las palabras salen de mi boca.
Soy su payaso personal.
El Sr. West, al contrario, no tolera ni siquiera el 20% de mi habladuría. No hace el más mínimo esfuerzo por entender o captar lo que digo y me manda a volar apenas presiente que estoy por iniciar una perorata. No puedo decir que me siento ofendida, a muchos les gusta el silencio, pero es frustrante que me culpe de no decirle las cosas necesarias cuando elige no escucharme.
Ese ha sido nuestro mayor problema, el de la comunicación. Específicamente ahora, le estoy informando del alcance del último reportaje a manos de una de las periodistas, pero se está masajeando las sienes, lo que significa que me mandará a volar en los próximos diez segundos.
No sé ni para qué me molesto.
—Es suficiente, Leah —me interrumpe, rompiendo un récord. Normalmente espera diez segundos para detenerme luego de empezar a masajear sus sienes, hoy lo ha hecho en cinco. Es un mal día—. Haz un informe y me lo traes esta tarde.
Soltando un suspiro silencioso y rodando los ojos, aprovechando que no me está mirando a la cara, asiento.
—Sí, Sr. West.
Me da una mirada de reojo y me siento sonrojar. Hay determinados momentos en los que su mirada le hace cosas a mi cuerpo, como la de ahora. Me cosquillea desde el vientre hasta mis partes bajas y la sangre en mis venas y arterias inician una carrera. Al principio creí que eran imaginaciones mías, pero luego de que se repitiera en varias ocasiones, supe que no estaba soñando. Con el paso de las semanas he aprendido qué provocan esas dichas miradas; cuando digo sin intención alguna frase que pueda malinterpretarse como: "es usted muy grande, Sr. West" ‒esto lo dije por un artículo que escribió y fue elogiado por todos los medios‒, o "llegué tarde porque mi auto está averiado y tuve que venirme en el transporte público". Pero mayormente lo hace cuando le digo: "Sr. West", o sea, alrededor de veinte veces al día. Aunque tengo que admitir que soy una sucia, las veces que le digo "Sr. West" lo hago adrede para que mire de esa forma y se me caliente el cuerpo. Me gusta creer que lo afecto de alguna manera. Digo, me lleva un total de 8 años, pero es un hombre apuesto; mide unos veinte centímetros más que yo, es musculoso, su cara es perfilada, su mandíbula marcada así como sus pómulos, sus cejas son pobladas, sus labios gruesos y sus ojos calculadores son de un llamativo color avellana. Ni siquiera la constante arruga entre sus cejas arruina su belleza.
Pero es mi jefe y no puedo propasarme con él más allá de las frases malintencionadas y repetir su nombre más de lo requerido.
Hago el informe que me pide, pero cada vez que lo lee me dice que tiene algo mal, así que lo repito a lo largo de la tarde. Son más de las 7 cuando por fin acepta el resultado final. La oficina está en silencio y los demás se han ido, incluso Marco. Nos hemos estado turnando las estadías pasada la hora de salida, un día le toca a él y otro a mí. Hoy me tocó a mí.
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Corromper a un ángel ©
RomanceLa vida está llena de sorpresas, más de las malas que de las buenas. Ahora estamos, al siguiente minuto no. Mamá me decía que tenía que aprovechar cada momento de mi vida, que no debía perder el tiempo. Y eso hice, aproveché cada momento haciendo lo...