La rueda de Belín

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Adelaida Mc... Solo Hartman estaba lista para ver a su hermano después de un año, después de que su padre asesinara a su madre y este lo presenciara, ella no había podido mirar a la cara ni a su hermano ni a su padre después de eso, había pasado un año y extrañamente la viejita de recepción la recordaba, muy lejos de tener alzhéimer sin duda, así que se armó de valor como por 5ta vez y toco la puerta de la habitación que le habían asignado a su hermano.

Este abrió la puerta y la tristeza en sus ojos grises, como los de su madre, amenazaron con dejarla sin respiración. Una parte de ella sabía que él la odiaba, pues esa noche ella se había ido, cegada por el orgullo de ser superior, ¿Qué clase de hermana mayor era? Dejar a su hermano menor solo con su madre adicta y un padre violento sin duda había sido la mejor de las decisiones.

-Lo siento -fueron las únicas palabras que salieron de ella, pues no podía decir más, no tenía derecho realmente, ella no era nadie para intentar aliviar el dolor que él sentía en ese instante, ni siquiera para acallar los gritos del suyo propio.

Un enfermero se acercó, tan lentamente hacia ellos que se preguntó si temía que su hermano enloqueciera, o tal vez ella, después de todo rompería en llanto antes de lo que le gustaría, a ese punto no lo sabía, y el enfermero ahora tal vez demasiado cerca sería una gran ayuda.

-Tus ojos son como los suyos -fue lo único que dijo antes de cerrarle la puerta. Ella lo sabía; sabía que los ojos que le devolvían la mirada en el espejo eran los de ese monstruo, tan llenos de odio propio y dolor, tan llenos de sentimientos desagradables.

Giro sobre sus talones y se fue a paso apresurado, con el corazón en la boca y las mejillas empapadas de lágrimas, odia aquello, odiaba la humedad en sus mejillas y el latir apresurado de su corazón ¿Cuándo fue la última vez que se había sentido bien? ¿Cuándo fue la última vez que pudo estar todo un día sin llorar? Lo odiaba, se odiaba, era mala, incapaz de ver por alguien más que sí misma, incapaz de pensar en otra cosa que no sea su dolor.

En algún punto había llegado a un parque, una ves sentada en un columpio empezó a contar, como lo hacía siempre para calmarse, contaba hasta 100 y volvía de nuevo, una y otra vez.

-Contar también me ayuda -había declarado el pelirrojo a su lado, no sabía en qué momento se plantó ahí, le empezaba a preocupar lo descuidad que se estaba volviendo.

Ella solo miro al frente y cuando recordó él ya estaba hablando, un monólogo sobre parques, niños y como los jóvenes-adultos venían a llenar un lugar de risas con llantos, llego a pensar que era un regaño indirecto, pero luego él hizo bromas al respecto y una risa leve salió de ella, tan frágil y tan extraña.

- ¿Has visitado la feria en Berlín? -cuestiono curioso.

Ella negó, desde que volvió a Alemania, país natal de su madre y donde ahora sus abuelos cuidaban de ella, no había salido mucho y apenas recordaba cómo era la cuidad o si había ido a la feria de Berlín, pues era muy pequeña cuando se fueron a Inglaterra, país natal de su padre y donde aquel suceso horrible había sucedido.

Él se mostró muy indignado, como si acabara de cometer un delito, fue tan cómico que termino soltando otra frágil risa, ella no sabía quién era, ni que hacía en ese lugar, ni su nombre o si quiera si era un buen hombre, pero se sentía tan segura, acompañada y sola, como si lo conociera pero fuera un nuevo ente en su vida, tal vez se estaba volviendo loca, no descartaba la idea.

Él hablaba, renegaba, bufaba y gruñía, también reía, estaba tan enfocada en absorber lo que era él que no dudo cuando prometió darle el mejor día de su vida llevándola a la feria de Berlín, tomo su mano y fue con él sin importarle que Berlín estaba a horas de allí, sin el valor para decirle que él ya le estaba haciendo el día, se preguntó si acaso esta era su historia de amor o algo así de cursi, si era así no creía merecerla, pero no perdía nada, tal vez que resultara un asesino y la matara, en todo caso cualquier posibilidad le caía bien, ya sea morir o traer mas alegría de la que se merecía su cansado cuerpo.

Y así fue, incluso en el feo bus en el que viajaron, pues era el más barato, con tanta gente apestando, él río y ella con él, el pelirrojo hablaba de cualquier tontería que se le cruzara a la mente y ella escuchaba y a veces -muchas veces- él se burló de la forma en la que pensó en voz alta, pero ni una vez Adelaida se inmuto, se sentía a gusto, como si el chico pecoso fuera su amigo de años.

Y ella fue feliz, en la feria de Berlín había de todo sin duda, desde juegos que ella reconocía, otros que no, bastante cerveza y algodón de azúcar, tampoco podía pasar por alto la comida frita que había por doquier, estaba embobada, sin duda no había estado allí nunca, y recordando tampoco había estado en una en Londres.

Todo estaba bien pero luego el temblor de su cuerpo la embrago y cayo de bruces, aquello no la permitía ser feliz, no como quería serlo, un día, solo un día sin ese insoportable temblor era lo que pedía, el pelirrojo la envolvió en sus cálidos brazos y ella se dio cuenta que era la primera vez que alguien la abrazaba durante un ataque, y por primera vez se sintió realmente segura, mucho más de lo que fue en casa de sus padres, ella recostó su cabeza en su pecho y dejo que los latidos de su corazón la calmaran, y el chico pecoso solo la sostuvo cantándole al oído una canción de cuna demasiado antigua, su voz era dulce y calmada: perfecta para sus alterados nervios.

- ¿Quieres subir a la rueda de la fortuna?

Ella miro sus ojos color aceituna, absorbió su color y la falta de sentimientos feos.

-Me dan miedo, son altas y nunca subí a una, podría caer y...

-Vamos, te encantará la vista.

De un jalón la puso de pie y la guio hacia la rueda, tan grande y brillante, prometiendo una vista de infarto, le temblaron las rodillas y el miedo atenazo sus tripas, iba a vomitar, era demasiado grande. Pero él no la soltó, estaba decidido, el pelirrojo le daría esa hermosa experiencia.

Se sentaron en lo que llamó sestas colgantes y con el miedo amenazando con hacerla soltar todas las frituras que había consumido, esa cosa hermosa y monstruosa empezó a moverse, el viento frio acaricio su cara y la tranquilidad lleno su sistema.

-Sabía que te gustaría -ronroneo.

Ella rio, ya no una risa frágil, sino una completa de esas que se suelen dar a los amigos.

-Hazlo de nuevo, ronronea -ordeno amablemente.

Así lo hizo él y se dio cuenta que amaba ese sonido, se recostó sobre su pecho solo para sentirlo vibrar cuando ronroneaba, y se permitió clamarse, y prometerse que sería mucho más que un manojo de nervios, que buscaría su felicidad no sabía como pero tampoco se le permitió pensárselo pues dejo de escuchar los latidos del corazón de él, su mente dejo de pensar y su respiración ceso, ella había sido feliz y estaba en paz, aún cuando alguien desde abajo gritaba que bajaran pronto a la chica que estaba sola y lánguida en lo alto, aún con la desesperación de la gente y los intentos de los médicos de salvarla con cada choque eléctrico que ya no sentía.

Su hermano en alguna parte tal vez lloraría por ella, Adelaida ya no estaba para lamentarse por sus lágrimas, ella había sido feliz con el pelirrojo alemán que invento y le hizo compañía en sus últimas horas, ella sabía que se iría, le había pedido en lo alto silenciosamente gracias a cualquier ser divino por permitirle tiempo, más del que ella pensó, por esa compañía alegre que realmente nunca estuvo ahí, por esa última felicidad.

Moraleja:

Recuerda siempre pedir ayuda, buscar tu propia felicidad, y permitirte un poco, tan solo un poco, de paz, aunque sientas que no la mereces.

Vida mia, olvidame y otros cuentos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora