PRISIÓN

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Mi respiración… No sabía si estaba respirando, me sentí caer en el suelo de la caja, podía sentir mis manos sudar al igual que mi espalda, sentí mareo y ganas de vomitar, pero me contuve, todo daba vueltas y un vago destello en mi cabeza, un muro, una inmensa pared que se debilitaba, permitiéndome ver algo que parecía… un recuerdo.

Cerré los ojos para concentrarme, mientras sentía mi entrecejo fruncirse.

Me encontraba con las manos cruzadas, sonriendo, más bien burlándome, había alguien en el suelo, yo lo miraba, pero su rostro era borroso, no pude reconocer quien era.

 Y la pared se estabilizo.

Abrí los ojos, y la sala seguía ahí, imponente, amplia, sombría y demandante.

Las sogas, las armas, el círculo en la mitad de la sala, todo, todo me era… familiar.

No sabía que decir o hacer, mi mente iba a mil por hora, mi corazón quería salir de mi pecho, no podía controlar el impulso de querer entrar a esa sala, tocarlo todo, pero no me derrumbaría, NO, por muy familiar que me pareciera, no podía haber estado en ese lugar, mi vida era Beaverton, tenía amigos, familia, un trabajo fenomenal y una mente poderosa, no había explicación para que me sintiera en… casa.

Pero por primera vez en mi vida, me escuche sollozar y sentir lágrimas en mi rostro.

Primera Vez. No recordaba o sentía si había llorado antes, era una sensación diferente, sentí un nudo del tamaño de una pelota Béisbol en mi garganta, quería gritar y no parar jamás, eso era catastróficamente nuevo en mí.

No me gustaba el sentimiento, quería quitármelo de encima, pero no, se aferraba a mí como si su existencia dependiera de ello, no quería irse. Siempre me preguntaba por qué las chicas lloraban por un hombre que las desecho -como veía a menudo en mi escuela- lloraban sin consuelo por hombres, ropa, películas o un conejo atorado en un alambrado, me parecía estúpido e injustificable. Annabeth me dijo que era inmensurablemente fría, que las veces que me veía medio feliz, era cuando estudiaba, leía o trabajaba en mi hermosa e inconfundible biblioteca, no sabía porque no podía disfrutar –como las personas normales- de una cita doble al cine o ir de compras o incluso ver televisión, siempre me justificaba diciéndole que seguramente era un alienígena descubriendo que estaba en el planeta tierra extrañando a su planeta natal.

Pero el sentimiento que sentía en este momento, en medio de esa caja frente a esa sala, no solo era tristeza por sentirme alejada, sino que me sentía que pertenecía ahí, que ese era mi lugar, me sentí triste por estar tan cerca pero tan lejos de mi hogar. 

Y luego de ese momento, me odie a mí misma, ese no era mi hogar, yo tenía un hogar, en Beaverton con mis padres -Ingrith y Gavin Burton-  con Newton –mi Cavalier King Charles Spainel Tricolor–  e Ig –mi gato- 

La B.E.P era una prisión.

Repetí esas palabras una y otra vez hasta que fueron un sello color neón en mi cabeza, me levante con una mirada de odio a la sala, y pedí fríamente a la caja metálica que prosiguiéramos. No quería seguir viendo esa sala, porque si permanecía ahí, no podría controlarme y saldría como leopardo en caza.

***

 El ascensor se detuvo en una sala pequeña-considerando el tamaño de las demás- la sala era un cuadrado de  unos cinco metros, había un punto –o eso creí- negro en medio de la sala, pero no era un punto, era una plataforma y de esta subía alguien, una vez la persona –un chico de cabello negro y ojos verdes, realmente en forma- estuvo completamente afuera, a su alrededor subieron seis cajas, cada una de ellas con un color diferente –rojo, verde, azul, amarillo, negro y marrón- sin ninguna clase de inscripción o cerradura, contemplaba la escena en suspenso, el chico sudaba y estaba pálido, templaba y creí ver que estaba llorando, luego una voz femenina hablo por una bocina, que no vi, y le pidió al joven que escogiera una caja, este titubeo y unos segundos después escogió el color amarillo, entonces las cajas bajaron y lo que sucedió fue tan aterrador que no pude contener mi grito de horror y caí sobre mis rodillas. 

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