Pasta e Italia.
—¡No, Nico! No más chocolate para ti, te hace mal. —gritó furiosa Bianca, quitando la barra de chocolate de las pequeñas manos de su hermano menor. Éste empezó a llorar. No estaba enojada con su hermano, al fin y al cabo, sólo tenía 6 años. Todos los niños aman el chocolate a los 6 años.
Su madre, María Di Angelo, estaba en la cocina, preparando el almuerzo de hoy. El olor a salsa y pasta inundó el lugar; era el aroma de su casa por excelencia, y Bianca se había acostumbrado a tenerlo cerca. A eso olía su mamá, también. Y le recordaba a su antiguo hogar, Italia.
Nico corrió hacia donde se encontraba su madre, y ella lo cogió en brazos y lo calmó. Sus ojos estaba rojos por las lágrimas, pero Bianca sólo quería cuidar de él. La última vez que comió tanto chocolate, lloró lo suficiente para crear un río, y vomitó lo suficiente para contaminarlo.
—Cariño, tu hermana tiene razón. —le decía a Nico, mientras acariciaba su cabello—. Tanto chocolate hará que te enfermes, ¿quieres enfermarte, Nico? —El niño negó con la cabeza energéticamente—. Eso es, mi cielo.
Bajó a Nico de sus brazos, y volvió a la cocina.
—Lo siento, Bianca. —soltó Nico, abrazándola—. Sé que sólo quieres cuidarme, hermanita.
—Ven aquí. —lo abrazó con más fuerza—. ¿Hermanita? Recuerda quién es la mayor, pequeño.
Él mostró una gran sonrisa, a la que le faltaba un diente. Su sonrisa hizo que Bianca sonriera.
Su hermano y su madre eran todo lo que ella tenía en este mundo; a su padre no lo veía desde hace 2 años, y toda su familia se había quedado en Italia.
—¿Quieres jugar conmigo, Bianca? —preguntó el niño de 6 años—. Se llama Mitomagia, todos los chicos en la escuela lo juegan.
Bianca frunció el ceño, divertida ante la expresión de emoción de su hermano pequeño. Su piel olivacea, herencia de su patria, hacía que su cabello negro resaltara. Sus ojos eran grandes y castaños, justo como los de su madre. Ella había heredado su sonrisa, y según su madre, los ojos de su padre. Pero ella ya no lo recordaba. Tenía 5 años cuando se marchó, y ella nunca supo por qué. Desde entonces, su madre no había vuelto a ser la misma; vivía constantemente preocupada, y siempre miraba varias veces a la calle, a las personas, o a los animales, buscando algo. No dejaba que salieran como antes, y ella realmente extrañaba correr por las calles de Venecia.
—Mira, suena difícil, pero cuando ya sabes qué hacer, ¡es realmente divertido! —explicó Nico, que empezaba a colocar las cartas sobre la mesa.
Bianca prestaba toda la atención que podía a su hermano, quien hablaba más rápido de normal, tratando de explicar el juego y sus reglas. Al parecer trataba sobre la Mitología Griega, así que rápidamente Nico se ganó la atención de Bianca.
Empezaban el juego, y cinco minutos después, Bianca ya le había quitado a Nico todos sus héroes, dejándolo indefenso ante su ataque y reclamando la victoria.
Nico había insistido en que era suerte de principiante, y en que quería la revancha. Bianca aceptó, sólo por hacer feliz a Nico. Pero cuando las cartas estaban ordenadas y estaban listos para jugar, se oyó un estruendo proveniente de la cocina.
—¡Mamá! —Nico salió corriendo.
—¡Nico, no! —Bianca fue tras él, procurando cuidar a su hermanito y mantenerlo a salvo, aunque estaba preocupada por su madre. Era lo que tenía que hacer; cuidar a Nico, independientemente de lo que sienta ella.
Cuando llegó allí, su madre estaba herida en el suelo, consciente.
—Está bien, todo está bien.
Miró alrededor, pero no había nada más que una sombra al lado de la ventana.
—¿Mami? —rompió el silencio Nico—. ¿Qué pasó?
María sonrió con dolor, se incorporó y miró la sombra en la ventana. Una empusa había entrado, ella no sabía cómo, pero al parecer, tendrían que mudarse otra vez. Hades las estaba protegiendo, la sombra en pared... Cerró los ojos un minuto, y al siguiente, sus hijos estaban a su lado, sanos y salvo, y ella herida, pero viva. Agradeció mentalmente a Hades, y les dijo a sus hijos que se había lastimado con agua caliente y resbalado, pero que ahora todo estaba bien.
Nico lo creyó y la abrazó, Bianca... No tanto. Ella sabía que ese estruendo no podría provocarlo ningún utensilio doméstico, pero lo dejó pasar. No quería atormentar a su madre más, además, podría asustar a Nico.
Se aseguró de que su madre estuviera bien, y cuando volvió a mirar hacia la sombra, esta ya no estaba.
María abrazó a sus hijos, y les informó que hace unos días había estado buscando una nueva casa, porque quería una más pequeña. Lo que no era cierto, simplemente quería decirles que necesitaban mudarse sin que los niños hicieran preguntas.
—Pero... ¿Tiene patio, verdad? ¡Yo quiero seguir jugando afuera! —soltó un Nico muy emocionado por la mudanza.
Bianca empezaba a a dudar, siempre había sido una chica muy inteligente, y el hecho de que su madre estuviera lastimada en el suelo, sin rastro del agua que se regó según su historia, y la sombra que aparece y desaparece en segundos, y, a parte, ahora la extraña y repentina mudanza, hicieron que el miedo creciera en ella. Pero tenía que ocultarlo, no podía permitir que su madre o su hermano lo supieran. Tenía que ser fuerte, por ellos, su familia.
María Di Angelo abrazaba a su hermano, hablándole sobre los planes de la casa para que olvidara lo que acaba de suceder. Y viendo esto, Bianca se prometió una cosa.
Jamás iba a permitir que le hicieran daño a su familia, y aunque tuviera tan sólo 8 años, haría todos los sacrifios necesarios para cuidar de Nico y su madre. Así perdiera la vida en ello.
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One Shots Percy Jackson
Fanfic¡Hey! Bueno, este será un espacio para pequeñas historias que se nos ocurren y publicaremos aquí. Esto no tiene nada que ver con "¿Y ahora, qué?"... Probablemente. Bueno, recuerden que ninguna historia está entrelazada entre sí, no hay continuaci...