—Te dije que no te metieras con mi familia.
—No me metí, ¡tú me metiste en ella!
Su voz, la voz más desgarrada que nunca hubieran escuchado sus oídos. Era una voz que cargaba furia, pero una gran pena en su interior. Era una voz que trataba de gritar con toda la fuerza que tenía, pero muy apenas salía sonido alguno, un grito ahogado desde sus entrañas.
—No, te metiste, viniste hasta Shibuya sólo para hacerme un maldito escándalo en frente de mi esposa y mis hijos. Esa voz sonaba imponente, ruda, grave, la voz más demandante e intimidante que había escuchado en su corta vida. Era como el crepitar de la madera cuando se quema en el bosque.
—¡¿Y de quién es la maldita culpa?! Nunca hubiera venido a Shibuya a hacerte "un drama" si me hubieras dicho que estás casado. El hombre de la voz grave suspiró cansado, sonaba a que quería contenerse en querer lanzarse a los golpes con aquel chico que no hacía más que llorar. Podía escuchar como sorbía la nariz y el otro agitaba su saco con furia.
—¿Qué quieres?, ¿dinero?Escuchó el sonido de billetes y monedas siendo aventados, cayendo en la carne de una mano y después en el frío pavimento del callejón. Hubo silencio por unos segundos, pero duró poco. Escuchó de cerca la voz de alguien afligido y ofendido con tal acto.
—¡¿Qué carajos crees que soy?! ¡¿Una prostituta a la que puedes comprar con tan sólo aventarle dinero a la cara?! Sollozos, gritos, la voz gruesa y furiosa de un hombre que debía tener entre 38 y 46 años.
—¡Lárgate o no dudaré en quitarte todo, incluso lo que llevas ahí!La puerta se cerró con una gran fuerza y pudo escuchar los gemidos de un chico tratando de contenerse en medio de la oscuridad del callejón lleno de basura en el que estaban. Sabía que no debía oír, sabía que desde que los oyó discutir debió darse la vuelta para tratar de pasar por la puerta principal del restaurante, pero ahí estaba, con medio cigarrillo entre sus dedos y mirando hacia el suelo del callejón de la calle, escuchando cómo el chico se lamentaba de una forma que lo hacía sentir mal consigo mismo.
—Lo escuchaste ¿verdad?Aquella voz acuosa le asustó haciendo que accidentalmente tirara su cigarro cerca de sus pies. Lo aplastó rápidamente antes de que pudiera provocar un incendio con las bolsas de basura que habían por ahí, pero no contestó, creyó por un segundo que así el chico rubio que estaba, ahora, delante de él lo ignoraría y seguiría con su vida, pero no, ahí estaban esos ojos dorados viéndolo con unas grandes ojeras, incluso mucho más grandes que las de él y un río salado que le adornaban las mejillas pálidas. Su respiración se cortó y el humo del cigarro salió de sus labios lentamente — ¿Lo escuchaste?
—Lo siento, no era mi...
—¡No!, es perfecto, ¡mierda es perfecto! Llevó sus manos a su rostro huesudo y lo vio llorar una vez más pero no estaba seguro si era por la increíble carga de emociones que tenía o porque quería robarle un poco de dinero con lástima.
—Disculpa, creo que tengo que irme.Trató de dar dos pasos hacia la puerta en donde los empleados al lugar tenían acceso, pero una mano helada lo tomó de su lindo delantal magenta con bordados dorados que el restaurante le había dado. Alzó la mirada aquel chico delgado y bajito y sintió pena. Si bien, no había oído mucho para tener un claro contexto del asunto, sabía que nada andaba bien con él y ese señor que le había aventado dinero a la cara.
—No, por favor, ayúdame.El pelimorado sabía bien que meterse en cosas que no le importaban era lo mejor y le evitaba muchos problemas, sabía que no debía meterse en ese asunto, pero la voz quebrada del muchacho que se estaba cayendo a pedazos delante de él le hacía todo difícil. ¿Cómo no ayudar a un gatito a punto de morir? —. Hace meses intento demandarlo, por favor, eres mi único testigo de que ese hombre me conoce, por favor.Cerraba sus ojos como pidiendo una plegaria a una deidad, como si un ángel estuviera delante de él —. Por favor, por favor, por favor.Nunca vio a una persona tan más triste y desgarradora como a esa pequeña chispa de fuego frente a él.
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Hasta que todo se solucione || Shinkami
FanfictionHitoshi tenía una rutina agotadora. Por las mañanas salía corriendo a tomar el tren para llegar a su universidad y por las tardes tomaba el autobús para ir a su trabajo de lavaplatos, aunque no se quejaba cuando los chefs lo dejaban experimentar con...