Capítulo 8

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«Natalia, siento decirte esto, pero deberías ir haciéndote ya la idea de que Alba ya definitivamente no quiere estar contigo... por más que diga amarte, si sus hechos no lo demuestran es que deberías dejarle ir. Deberías firmarle el divorcio y quizá si vuestro destino es estar juntas, el tiempo lo dirá y lo sabréis».

¿Dejar ir a Alba, aceptar que se vaya de mi vida y esperar hasta que pase el tiempo? Eso era un dardo para mí.

Sabía que la Mari tenía razón, pero... ¿Cómo dejar ir a una persona que amas con todo tu ser?

Antes fue distinto, la dejé ir porque no había identificado aún lo que realmente sentía por ella. Pero las cosas habían cambiado bastante.

El día antes de que me regresara a Madrid, Oli vino a verme. Estaba llorando, jamás le había visto así.

-Oli, mi vida, ¿Qué tienes? - le pregunté y me acerqué a ella para intentar abrazarla pero sorprendentemente me rechazó.

-No me toques... ahora lo entiendo todo - la que no entendía nada era yo.

-¿De qué estás hablando?

-Hablo de que ya lo sé todo, Natalia Lacunza.

-¿Porqué me hablas así, Oli? Soy tu madre.

-Para empezar, tú no eres mi madre. Soy la hija de tu hermano, ¿no es así? - no me gustaba el rumbo que habían empezado a tomar las palabras de mi niña.

-Bu... bueno, sí. Pero yo te adoro, y Alba también.

-Yo sé que mi mamá me adora, tú no. ¿No pensabas decirme jamás que todo esto es una farsa? ¿Que realmente no tengo una familia?

-Claro que tienes una familia. Me tienes a mí y tienes a Alba.

-Yo pensaba que se querían, Natalia. ¿Porqué me ocultaron que se estaban divorciando? - cuando ella lo dijo entendí que ya Alba había hablado con ella.

-Oli, hay cosas que...- intenté explicarla.

-Ningunas cosas, Natalia. Le fuiste infiel a mi mamá de la manera más cruel, eso jamás te lo voy a perdonar. ¿Cómo fuiste capaz de hacerle sufrir de esa manera?

-Mi vida, no sé qué te haya dicho Alba pero...

-No me digas mi vida, tú no me quieres, de haberme querido jamás me habrías ilusionado con todo este rollo. Si me hubieras dicho desde el principio el motivo por el que se fue mi mamá de casa lo habría entendido perfectamente y lo habría aceptado. Joan no me cae bien pero es una muy buena persona, y yo he sido muy injusta con él desde que le conozco - el hecho de que Oli haya hablado de esa manera de Joan me partió el alma.

-Oli, escúchame, hija.

-No me digas hija, tú no eres mi madre.

-¡Alba tampoco es tu madre! - estallé.

-A ella la quiero, y yo a tí... a tí te odio, Natalia.

-No me digas eso, Oli. Yo me muero si tú me odias... Oli, te adoro. Todo esto ha sido por tí...

-Si realmente me quieres... firma los papeles del divorcio y deja que mi mamá sea felíz con Joan.

-No puedo hacer eso, Olivia. Yo amo a Alba.

-Eso no es cierto. No le habrías engañado. Dios, y yo poniendo a mi mamá en situaciones incómodas invitándote a casa e incluso hasta para dormir.

-Me duele que estés hablando así.

-A mí me duele más todo esto. Yo no quiero volver a verte nunca, Natalia.

-Eso es mentira...- la ví caminar hacia la puerta - Oli, Oli... Olivia, cariño no te...- me caí de rodillas y susurré llorando - no te vayas, tú no...- si perdía el amor de mi hija el golpe iba a ser letal. Perder a Alba y Oli al mismo tiempo... No lo permitiría.

El matrimonio nunca estuvo ni entre mis diez prioridades. Cuando me casé con Alba lo hice por mi sobrina, no quería perderla, era lo único que me quedaba de mi hermano.

-A ver... siéntate Natinat que tu hermano y yo tenemos algo que decirte - le hice caso a mi cuñada y me senté.

Mi hermano me miraba muy serio y la verdad es que pensé por un momento que me había metido en un marrón sin darme cuenta, por lo que de inmediato me puse nerviosa.

-Me asustan, ¿saben?

-Tranquila, hermanita. Es algo bueno.

-Ni que fueran a tener un hijo...- me levanté para coger un cupcake, de los que siempre hacía mi cuñada, en la mesa. Pero el silencio de ellos dos me llamó la atención y les miré - ¡No! - exclamé.

-Sí, hermanita, sí. Vas a ser tía - las lágrimas en mis ojos eran de emoción. Ya ni hablar de las de mi hermano y mi cuñada. Ese sin duda fue el mejor día de sus vidas.

La llegada de Oli al mundo fue espectacular. Era una niña que nació muy sana y pesaba bastante. Siempre le burlaba a mi hermano diciéndole que Oli pesó tanto porque él era un palo y alguien tenía que pesar por los dos.

Adoraba a mi hermano. Su muerte fue como si me hubieran roto en diez mil pedazos el corazón, y más cuando fui a por Oli, que gracias a Dios estaba en el kinder aquel día y sus padres estaban regresando de un viaje al que se habían marchado esa misma mañana también.

Oli en cuanto me vio vino corriendo hacia mí con su diminuto tamaño. Yo la cogí en brazos y la llevé a casa. Gracias a Dios tenía a las chicas que de vez en cuando me hacían compañía y la madre de Marilia me enseñaba muchas cosas de las que debía saber para cuidar de Oli, hasta que se la llevaron los servicios sociales.

No estaba dispuesta a perder a Oli, iba a hacer todo lo que ella me pidiera, pero alejarme de ella jamás.

Bajé corriendo a recepción y a través de la puerta de cristal transparente de la entrada principal del hotel la ví subirse a un Mercedes blanco. Reconocí el coche porque ya lo había visto muchas veces.

Aunque rezaba que no fuera lo que yo estaba sospechando.

Mis sospechas se confirmaron cuando ví a quien iba al volante. Efectivamente, era Joan.

De modo que ahora Oli y Joan se llevaban tan bien que hasta le llevaba en su caro.

-No, Oli, no.

Me sentí tan dolida, traicionada por mi propia hija... Pero no la culpaba, ella no tenía la culpa e absolutamente nada. Durante la noche no pude dormir, pensando en todo lo que había pasado. Primero Alba y luego Oli.

Me sentí tan mal que me dormí con un dolor de cabeza horrible. Y a la mañana siguiente estuve pensando en diferentes maneras para lograr el perdón de Oli, y no dí con ninguna. Por más que o pensaba.

Ella estaba muy dolida. Jamás le había visto así. Pero más me dolía a mí verla así.

Oli desde pequeña siempre había sido una niña muy feliz y sonriente. Por su felicidad estaba dispuesta a cualquier cosa. No podría vivir sabiendo que mi niña viviera infeliz por mi culpa, por algo que causé yo y que tenía que de alguna manera enmendar.

No dí con la manera de lograr su perdón. Si había algo que mi sobrina había heredado cien por cien de mi hermano era su carácter terco. En realidad eso sí era genético porque yo, de alguna manera, soy terca igualmente.

Por los hijo uno debe ser siempre capaz de hacer incluso el peor de los sacrificios. Por lo que, por mi hija, tomé una decisión que creí que me costaría la vida.

Never Doubt My LoveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora