Parte nueve

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Ya era viernes y me estaba terminando de poner mis zapatillas para poder salir. Había decidido dejar a Kaiser en casa mientras yo iba a los lobos pues no sería un lugar agradable para él y sería demasiado peligroso que lo vieran.

"Kaiser, te he dejado unas cuantas galletas de chocolate. Por favor no te las comas todas porque ya sabes lo que pasa cuando comes muchas" Hace unos días habíamos descubierto su gusto por el chocolate cuando al ir a la tienda, compré algunas.

Lo único malo fue que tuve a Kaiser vomitando casi todo un día porque se había comido la caja entera.

"Estoy grande, no necesito que me lo digas dos veces" Soltó mientras cruzaba sus brazos contra su pecho y me miraba indignado. Pero lo cierto era que si necesitaba que se lo dijeran dos veces... incluso diez si fuese posible.

Besando tímidamente su mejilla, salgo rápidamente de la casa para que no logre ver la rojez que había comenzando a crecer por mi rosto y hago mi camino hacia la parada de autobuses, y pienso en lo fácil que sería mi vida si tan sólo tuviera mi propio auto. Ni siquiera sabía conducir uno pero eso ya era un tema aparte.

Cuando llega el vehículo, miro hacia la dirección donde se encuentra la pequeña casa y le ruego al señor para que Kaiser no haga ninguna locura que ponga en peligro su propia integridad y subo. El camino es silencioso y todos parecían ir en lo suyo, la vista que tenía era preciosa pues a pesar de que no me gustaba mucho la pequeña ciudad, tenía que admitir que era preciosa. Una vez los arboles dejaron de pasar por mis ojos, comprendí que el autobús había llegado a la parada y debía bajarme.

Desde la acera, contemplo el lugar frente a mi y me detengo a pensar antes de entrar. Los lobos era un bar antiguo, existía desde que la ciudad era un simple pueblo y sus sucias y desgastadas paredes le acusaban de eso. Empujando la vieja puerta, me adentro al lugar y miro al rededor sin sorprenderme de lo rustico que era ya que me lo esperaba. Habían mesas por doquier y a pesar de que eran pequeñas, habían grupos de hombres tanto de pie como sentados al rededor de las mesas.

"¡Viniste!" Grita alguien haciéndome mirar en esa dirección, era Samuel quien venía con una gran sonrisa hacia mi mientras atravesaba grupos de hombres con cuidado.

"Claro que vendría, los bares viejos y apestosos son lo mío" Le había soltado con sarcasmo. Si no fuera por el viejo hombre con el que me encontraría, no habría pisado este lugar en mi vida.

Con la incomodidad presente en su rostro, me guía hacia una mesa vacía, no sin antes haberme muerto del miedo cuando un hombre me había matado con la mirada por chocarle. Una vez me siento, miro mis manos y las restriego contra mi pantalón, este lugar me estaba poniendo de los nervios.

"Iré por unas bebidas, ya vengo" Y sin más, Samuel abandona mi lado para dirigirse a la barra donde comienza a hablar con un señor ya mayor.

"Imagino que tú eres Mackenna" Suena tras de mi haciendo que saltase en la pequeña silla. Al girarme, veo al señor del otro día. El viejo Jota como le decían. Llevaba una chaqueta pesada y hablaba con cierta apatía.

"Así es, un gusto"

"Hace unos días te vi..." Soltó, ignorando completamente mi saludo. "Ibas con un peculiar chico a tu lado"

"No creo entender a que quiere llegar con esto" Lo que dijo a continuación no lo escuché debido a unos hombres que habían chocado conmigo.  Todos ellos eran des distintas edades y parecían estar demasiado borrachos para saber por donde iban.

"¡Ehh! a ti te conozco" Soltó uno en cuanto me vio mientras me apuntaba con el único dedo libre que tenía, pues su mano se aferraba al vaso con licor. "Eres la hija de esta señora... Mmh, no recuerdo su nombre pero es la mujer que se ha acostado con casi toda la ciudad"

Kaiser; Mi Mejor Amigo.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora