Capítulo 2

8 0 0
                                    

F R E Y A   F E R S B Y

—No estamos de acuerdo.

Sentí un pinchazo en el pecho que retiré rápidamente y me colecté lo suficiente como para no estallar y decirles a mis padre que me daba igual su maldita opinión.

—Pues vale.

—Hija, la cosa criminal no te va a aportar nada en tu vida. En cambio, un buen curso de cocina para cocinarle a Kaylan no estaría nada mal— sugirió con un ápice bastante notable de exigencia.

Inspiré hondo y proseguí a colocar mi mano en un puño para descansar mi cabeza allí. Levanté la mirada para posarla sobre los claros ojos verdes de mi madre.

—Me da igual lo que pienses, madre— expresé—. A mi me hace mucha ilusión el caso y no lo abandonaré porque a ti o a papá no se les hace agradable. Igual y deberías comenzar a respetar mis gustos si no quieres que pida el divorcio con Kaylan. Tampoco es de mi agrado el matrimonio.

Eso pareció colmar el vaso. Mi madre se puso roja de la cólera y dio un fuerte manotón en la mesa. No me inmuté. Simplemente permanecí con el mentón en alto, impasible. Ya no era una niña y no iba a dejar que me pasara por encima.

—Freya, harás exactamente lo que yo te diga— sentenció como última palabra.

Pero claro, yo no iba a quedarme callada ni una vez más.

—No, Christina, yo participaré de ese caso y punto final. Yo en ningún momento te critiqué a ti por tus elecciones de vida, pero eso no quiere decir que yo siga por el mismo camino que tú sin ninguna queja o diferencia, porque aunque te cueste aceptarlo, no soy como tú— exclamé, ya sin paciencia para esto—. Yo no puedo quedarme callada y quieta como una estatua. Yo no puedo ni quiero quedarme en la casa y esperar a mi marido con la cena lista. Yo no quiero quedarme toda la vida sin ningún propósito u objetivo que perseguir. Yo no estoy hecha para ese estilo de vida. No estoy hecha para tu estilo de vida, mamá.

Mi madre trató de colectarse y mantener si expresión serena, sin éxito. Agarró su celular y marcó un número a toda velocidad, enseñándomelo. Sonreí irónicamente y comencé a negar repetidas veces con la cabeza.

—Llamalos, ya dejó de importarme hace tiempo lo que piensen de mi porque sé perfectamente que las cosas que saben salieron de tu boca y no de la mía— exclamé con sorna—. Y, ¿sabes, madre? Tal vez conseguiste a punta de amenazas que Lourdes se acostumbre y hasta quiera este estilo de vida, pero a mi no me vas a atar de pies y manos a tu mísero ideal de mujer perfecta. Adiós.

No me quedé ni un segundo más a escuchar sus réplicas o métodos de castigo. Este caso me hace muchísima ilusión y no lo voy a abandonar por una vieja que se pasó toda su vida sin hacer nada por tener la vida resuelta y querer solamente ser una mujer inútil.

Muchas veces se lo pregunté. Si había sido ella la que eligió su estilo de vida. Si la habían criado así. Hasta le pregunté si papá la obligó. Su única respuesta fue que a ella siempre le gustó ser la mujer hermosa que tenía que sonreír y ser admirada, que mi padre siempre fue un hombre pulcro y de buenos modales y que se complementan bien. Pero, oye, no la juzgo, cada quien sus gustos. Ojalá ella creyera lo mismo que yo y me respetara.

Bajé las escaleras del bloque de pisos a paso firme y decidido. Pasé junto al recepcionista y le saludé como siempre. Salí al exterior y, esta vez, si observé a ambos lados antes de aventarme una corridita hasta el otro lado de la calle.

Tuve que acelerar el paso si quería llegar a tiempo. Había quedado con que un coche me pasaría a buscar para llevarme a la estación y la verdad me agradó mucho la idea. Ya me sentía detective famosa.

Yeux SombresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora