Capítulo 6

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F r e y a

—Saben que yo no lo hice.— Dijo Kaylan en un susurro luego de mil intentos fallidos por convencerlos.

Pero por más que lo intentaba, mi esposo no lograba hacerles confiar a los demás en sus palabras.

La noche anterior, cuando Kaylan y yo nos besamos, y cuando yo fui sedada, me trasladaron al hospital cuando me encontraron pues pensaron que algo me había pasado. Y, claramente, algo me había pasado.

Al despertarme, con un gran dolor de cabeza, cabe recalcar, el jefe acompañado de varios oficiales me atacaron con preguntas. Traté de responder a todas sus preguntas lo más sincera posible con los vagos recuerdos que tenía luego de sentir los labios de mi esposo sobre los míos.

Les expliqué que había ido a entrenar para descargar mis emociones y que en algún momento llegó el rubio a hacerme compañía. Que hablamos y la parte más vergonzosa de contar; que nos besamos.

Uno de los hombres iba anotando todo en una carpeta y, luego de unos minutos más de preguntas que parecían interminable, salieron en silencio de la habitación dejándome con una interrogante gigante.

Lo próximo que supe fue que, tras investigar y encontrar la botella de cerveza abierta, hicieron exámenes que aseguraban que la bebida contenía un leve sedante.

Un pequeño dolor me oprimió el pecho cuando me dijeron que el culpable había sido Kaylan, quien era el único que había podido manipular el contenido. Quise pegarle y recriminarle el por qué de sus actos. Por qué me acompañaba y besaba para después traicionarme.

Me reproché el hecho de haber caído tan fácilmente en sus garras. Tuve que haberlo ignorado e irme de allí sin aceptar nada de su parte.

Sabes que no.

Ahogué mis pensamientos en lo más hondo de mi mente y dirigí la mirada a mi esposo. Las esposas apresaron sus muñecas e hizo una mueca de dolor. Probablemente se las ajustaron de más.

Dos oficiales se posicionaron detrás de él para agarrarlo y escoltarlo a su celda provisional. Decidieron que era más seguro para todos que el quedara recluido tras las rejas para que no pudiera intentar nada más en nuestra contra.

Intentó safarse de las manos de los hombres en todo el recorrido hasta la celda. Gritó, se retorció, peleó y trató de hacerlos cambiar de opinión pero ninguno cedía.

Al llegar, giró su rostro en mi dirección y me dedicó una mirada que no comprendí. Parecía querer pedirme con su mirada que le creyera, que verdaderamente no fue él quien tuvo la culpa. Desvié mi mirada al suelo y el gruñó con frustración.

Lo empujaron dentro de la celda sin el más mínimo cuidado, logrando que trastabillara y cayera de frente contra la áspera superficie del suelo. Soltó un alarido de dolor y pude notar que de su ceja y labio comenzaba a emanar pequeñas gotas de sangre que rodaban por su rostro hasta caer por su barbilla y chocar contra el suelo.

Quise sentirme mal, quise que me duela verlo poner muecas de dolor cuando pestañeaba. De verdad quise sentir lástima por él e ir a ayudarlo, pero no pasó. No me dieron las suficientes ganas para caminar y coger el botiquín para curarlo. Simplemente permanecí parada como idiota frente a los barrotes, mirando entre ellos al hombre que se había movido hasta posicionarse en una esquina.

Yeux SombresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora