Capítulo VI

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— ¿Ah?    

«¿La fortaleza infinita?». Pensó el demonio. «Hace más de un siglo que no pisaba este lugar».    

Miró curioso a su alrededor: los techos, muros, el piso; no se encontraba del todo solo en la retorcida estancia. Además, había algo en el ambiente que le velaba la piel, un pésimo augurio de muerte se sentía en el aire.

Entonces, el «¡Bang!» que causaba la biwa de la mujer demonio de larga cabellera oscura resonó en todo el lugar, y como por arte de magia, las seis Lunas Crecientes se encontraron reunidas en un mismo lugar. Una al lado de la otra.

— ¡Akaza! — Exclamó un demonio alto, rubio y de ojos tan coloridos como el mismo arcoíris que sustituían sus pupilas con la inscripción: «Segunda Creciente». —. ¡Cuanto tiempo sin vernos!, veo que sigues siendo igual de pequeño que siempre, ¡pero no te preocupes, seguro algún día te nos unes a los chicos grandes!

Irritado, Akaza cerró los ojos y los puños con fuerza, y gruñó a Douma mostrándole los colmillos. No obstante, parecía que esto a Douma no le causaba temor alguno, es más, encontraba adorable aquel comportamiento infantil de parte del joven de cabellera rosada.

— ¡Gyutaro, Daki, mis niños!, ¡por aquí! — Saludó también Douma desde la distancia, levantando la mano para que el par de demonios que compartían el título de «Sexta Creciente» pudieran verlo. —. ¿Cómo han estado?, ¿se han alimentado bien?, ¿pelean a menudo?

El par de hermanos no hizo más que ignorar al otro demonio. Sin embargo, Akaza, quien tenía que verse forzado a permanecer a su lado para llevar el putrefacto orden de la jerarquía, sentía que si decía alguna otra estupidez, no podría contenerse.

Para su suerte, o desgracia, un segundo acorde de aquella biwa hizo aparecer, no frente o detrás de ellos, sino sobre sus cabezas a un hombre alto, palido y vestido de traje, que se encontraba experimentando con un juego de sustancias que las Lunas desconocieron.

— De rodillas. — Ordenó Kibutsuji.

Los siete demonios se pusieronnde rodillas al mismo tiempo, con una sincronía impecable que solo pudo lograrse por la influencia de la conciencia del demonio progenitor en la sangre de cada uno. No obstante, había una enorme diferencia de ahora a cuando Muzan había convocado a las Lunas Menguantes, pues en esta ocasión nadie presentaba signos de sentirse atemorizado hasta los huesos.

Sin mirar a ninguno de ellos, Muzan tomó la palabra.

— El muchacho al que Akaza, por su deplorable desempeño y actitud, no pudo matar estuvo en el Distrito Rojo... tu territorio, Gyutaro...

El susodicho, aunque quisiera hacerlo o intentarlo, no era capaz de levantar la cabeza para mirar a Kibutsuji, pues este lo obligaba a mantener la cabeza contra el suelo.

—¿Que no lo sabías? — Cuestionó Muzan, que acababa de leer la mente de Gyutaro. —. ¿No se supone que ustedes monitorean cada centímetro de ese asqueroso e inmundo montón de burdeles?

Desde luego, Muzan no necesitó que la respuesta saliera de los labios de Gyutaro o de la mediocre de su hermana. Todo estaba ahí, en su despreciable mente.

— Como veo que ninguno de ustedes le da la suficiente importancia al muchacho que, por supuesto, representa una gran amenaza hacia mi... y como tampoco han sido capaces de traerme ni un solo pétalo de los lirios azules que les he encargado desde hace siglos atrás... tengo otra misión para ustedes, y espero que esta vez no me decepcionen.
    
        
        
   

— ¡Padre! — Gritó Senjuro, emocionado.

Shinjuro, quien se encontraba meditando en su habitación, lo escuchó desde el pasillo y esperó a que su hijo menor entrara a comunicarle lo que sea que quería decirle.

Me lo dijo un cuervo | KyotanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora