CAPÍTULO I

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Eran más de las seis cuando Xiao Zhan apagó el motor del coche en el aparcamiento vacío de Wang Systems Corporation y vio por el espejo retrovisor la puerta de cristal brillante del edificio de la compañía.

-Está bien, conejito-dijo con energía-.Ya es hora de que solucionemos esto.

Zhan se dio cuenta de que sus piernas no compartían aquella actitud tan decidida, porque no se movían. Permaneció pegado al asiento de vinilo sin poder salir del coche.

-Conejito-murmuró Zhan-, tu padre no es un cobarde. De verdad.

Sin embargo, se estaba comportando como si lo fuera. Era el apellido Wang lo que lo asustaba. Conocía a aquella familia: eran poderosos y ricos. Y no era de ayuda el hecho de que hubiera visto de lejos a Wang Yibo en una subasta de beneficencia el mes de diciembre anterior, porque además de poderoso y rico tenía algo más que resultaba intimidante.

-Vas a heredar los genes de un hombre muy guapo, Conejito. No hay ninguna duda de eso.

Quizá no debiera haberse empeñado en darle él mismo la noticia, pensó. Quizá hubiera debido permitir que fuera Zhao quien hablara con él, y después esperar a que Wang Yibo se pusiera en contacto con él.

¡No! Lo último que quería era estar de nuevo a merced emocional de un hombre.

Ya había pasado por aquello durante su doloroso divorcio.

Así pues, salió del coche y cerró la puerta, y después se recordó todas las situaciones nuevas a las que se había enfrentado por ser hijo de un militar. Aquellas ocho mudanzas durante diecisiete años lo habían convertido en un experto a la hora de evaluar a la gente nueva y las situaciones nuevas, y para encontrar la manera de encajar. 0, al menos, para no hacerse notar. Era aquélla la razón por la que había querido hablar él mismo con Wang. Tenía práctica en comportarse de manera agradable y poco amenazadora, y eso era una ventaja en un momento como aquél.

Así pues, no tenía ninguna razón para titubear. Irguió los hombros, miró hacia la puerta de la empresa y. .

La desvió hacia unas cajas de cartón que había a su derecha. Se dijo que no estaba intentando postergar lo inevitable. Simplemente, aquellas cajas eran perfectas para construir la cabaña de juguete que le había prometido a una de sus pacientes de la planta de pediatría del hospital.

Zhan miró el cielo gris. Había llovido aquella mañana y lo más probable era que lloviera de nuevo. Debería plegar las cajas y meterlas dentro del coche.

¡No era una evasiva!

Sin embargo, no fue tan sencillo como parecía.

Primero, las suelas de los zapatos de enfermero hicieron que resbalara en el barro y cayó de rodillas sobre una mancha de suciedad del suelo. Segundo, las cajas estaban muy rígidas y tenían las esquinas reforzadas, y resistían los esfuerzos de Zhan por plegarlas. Tercero, cuando estampó el pie en el suelo, debido a la frustración, provocó una lluvia de gotitas de barro que aterrizaron por todas partes.

Cuarto, cuando entró a gatas en la caja más grande, por su extremo abierto, para intentar aplanarla desde dentro, oyó la voz de un hombre.

-¿Puedo ayudarte?

Zhan se quedó helado, inmóvil, con la esperanza de que el propietario de aquella voz grave no estuviera hablando con él.

-El que está en la caja -dijo el hombre, dando al traste con sus ilusiones-. ¿Puedo ayudarte en algo?

Algo Inesperado - YizhanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora