CAPÍTULO XI

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Yibo se apresuró a consolar a Xiao Zhan.

    —Zhan, ¿qué te pasa?

    Intentó abrazarlo, pero el pelinegro sacudió la cabeza y se alejó de él. Las lágrimas se le derramaban de los ojos castaños y Yibo se sentía cada vez más confuso y culpable.

    —¿Es por la cabaña? Si no te gusta, la pondré como estaba de nuevo.

    Zhan sacudió la cabeza.

    —Entonces, la plegaré.

    —No, no —dijo el pelinegro, con la cara entre las manos—. No importa.

    —Zhan. .

    —Ve a la cama —respondió Zhan con la voz ahogada—. 0 ve a trabajar, o márchate a otra cena de negocios. ¡Pero vete y déjame en paz!

    —Xiao Zhan, dime lo que ocurre. ¿Qué te pasa? Si no es por la cabaña. .

    —¡Sí es la cabaña! —exclamó el pelinegro, secándose las lágrimas con la manga de su pijama —. Era sencilla, modesta, y ahora es otra cosa completamente distinta por tu culpa.

    —Entonces, la dejaré como era.

    —No puedes. Ya no puedes transformarla en lo que era antes.

    Yibo asintió.

    —¿Ésta es una de esas veces en las que usar la lógica no es buena idea?

    Aquello hizo que a Xiao Zhan se le escapara una carcajada.

    —Oh, te odio cuando haces eso.

    —¿Haces qué?

    —Hacerme reír. Sobre todo porque quiero estar enfadado contigo, de verdad. Y no me preguntes por qué.

    —¿Por qué?

    —Porque las cosas no tenían por qué ser así. Tú no eres como debías ser —le dijo Zhan mientras se dejaba caer en el sofá.

    Yibo lo siguió y se sentó a su lado.

    —¿Por qué lo has hecho? —le preguntó Zhan, señalando a la cabaña con la cabeza.

    —Cuando llegué a casa no tenía sueño, no podía dormir —le explicó Yibo.

    Sin embargo, no le dijo que era a causa de la inseguridad y la incertidumbre que le había causado la cena con su madre.

    Xiao Zhan se cruzó de brazos.

    —Las cosas siempre tienen que ser más grandes y mejores para ti. ¿verdad?

    —Pero. . no ha sido por eso. Tuve una idea. .

    —¿Es que no ves que no estamos bien juntos? Esto mismo lo demuestra. ¡Tú eres un castillo, yo soy una cabaña!

    Aquella incongruencia parecía la excusa perfecta para que Zhan pudiera decir de nuevo que su matrimonio era un error. Aquello hizo que a Yibo se le encogiera dolorosamente el estómago. Sin embargo, respiró profundamente y reprimió una repentina explosión de irritación. Creía que sabía lo que estaba sucediendo allí y Zhan necesitaba su paciencia.

    —Zhan. .

    —¡Castillos! —exclamó el pelinegro, que estaba comenzando a alterarse de nuevo—. ¡Cabañas!

    —Pero las dos cosas son de cartón —respondió Yibo, intentando calmarlo.

    —¿Cómo?

Algo Inesperado - YizhanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora