—¡Me gustan las pollas!— exclama feliz la mujer.Miro mis notas, escribo una palabra ilegible, dejo el bolígrafo a un lado sobre la mesa y carraspeó un poco antes de explicar.
—Supongo que has querido decir..., creo..., espero, aunque si es como dices me alegro por ti...,— "A mí también me gustan" digo dentro de mí — pero quisiste decir que te gusta el pollo. El pollo. No...— hago una pausa— la polla.
Es la undécima clase del día y estoy tan cansado que empiezo a divagar. Lo que es más, llevo todo el rato mirando de reojo la tarjeta de color aqua que tiene la configuración de los estudiantes para recordar el nombre de la alumna. Petra. Petra. Petra. Repito varias veces para no olvidarlo, "Vaya nombre tan extraño". Y lo más preocupante del caso es que ya la he tenido en clase al menos tres veces. Pero no me acuerdo de ella. Es como si todos mis alumnos se hubieran transformado en una masa amorfa sin cara que es incapaz de distinguir entre martes y miércoles y se niega tercamente a conjugar los verbos en pretérito perfecto. Una masa amorfa que sigue diciendo «por favor» para replicar un «gracias», a pesar de que he dicho mil veces que hay que decir «de nada». Una masa amorfa que cree que aprender un idioma es un proceso que se procede de forma automática siempre y cuando compartas tu espacio vital con un profesor. Le echo un vistazo al reloj y me doy cuenta de que faltan aún veinte minutos para que acabe la clase. Veinte minutos de eternidad.
—Y, eh..., Petra, ¿Cómo te gusta el pollo?— le pregunto.
Nunca soñé con ser profesor de inglés, jamás entró en mis planes. Pero después de cuatro meses sin trabajo, me pareció que el anuncio de Berlitz en el que pedían profesores de idiomas era casi demasiado bueno para ser verdad. El curso de formación duraba solo dos semanas y, una vez terminado, podías empezar a dar clases. Incluso así, pasé las primeras semanas mirando a hurtadillas hacia la puerta del aula esperando que el chico con coleta que nos había impartido el curso entrara corriendo sin aliento y me dijera «¡Era una broma! ¿Cómo se te ocurrió pensar que ibas a poder dar clases? ¡Era para reírnos un rato!», antes de ponerme de patitas a la calle y poner a salvo a los alumnos, pero eso no pasó. Era cuando aún me quedaba despierto hasta las tantas para preparar las clases del día siguiente. Elaboraba con detalle mi plan de estudios, me esforzaba porque fueran variadas y entretenidas. Fotocopiaba artículos interesantes, escribía preguntas, preparaba pequeñas e inofensivas representaciones teatrales y plastificaba fotografías para provocar temas de discusión interesantes. Cualquier cosa con tal de que mis alumnos hablaran el máximo de inglés posible.
Pero la realidad es que si miran alguna vez sus tarjetas de información antes de entrar en el aula, aunque sea solo por encima, puedo considerarme afortunado. La pequeña rebelión por mi parte se inició el día en que me di cuenta de que llevaba dando clases bastante más de los seis meses que había planeado de entrada y, peor aún, que no lo hacía nada mal. Era paciente (¿Quién habría pensado que ese era el ingrediente principal de todo buen profesor de idiomas?) y tenía mano para conseguir que mis alumnos hablaran inglés. Ahora que había dejado de planificar las clases y que su contenido se había convertido en un misterio tanto para mí como para mis alumnos, la vida se había convertido un poco más excitante.
—Oh, de cualquier manera. Asado, a la plancha...— dice Petra.
—Forma frases completas— digo animándola.
—Me gusta el pollo asado y también a la plancha— réplica Petra, obedientemente.
La regla básica del método Berlitz dicta que es posible aprender idiomas a través de la conversación y por eso, cuando encuentro un tema del que hablar, intento prolongar la charla al máximo. Los tres años que llevo como profesor de inglés me han convertido en un experto en conversaciones intrascendentes. En una ocasión, hice que un alumno me hablara durante un cuarto de hora sobre la cerradura de la puerta del garaje que había cambiado, solo para comprobar si era capaz de resistirlo.
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𝑼𝒏𝒅𝒆𝒓 𝒕𝒉𝒆 𝑩𝒖𝒔𝒉 ❬ᴠʜᴏᴘᴇ❭
FanfictionHoseok está en busca de un chico perfecto, pero Taehyung es más bien «Chico guapo-caballeroso-inteligente-perfecto, pero un baño no le vendría mal»... Si, HoSeok es el típico chico soltero viviendo con su gato en Viena y trabajando en una escuela de...