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«Que te jodan, Charlotte Brontë»

Vierto el azúcar en la taza de café a tanta velocidad que gran parte cae sobre la mesa.

-Cuidado- dice Stephan, sonriendo.

Sacudo el azúcar que ha caído en la mesita metaliza y le devuelvo una sonrisa. Cuando tienes una cita, siempre hay que sonreír. Y mostrarse sexy. Y divertido. Intento pensar en algo divertido y sexy que decir, pero tengo la cabeza vacía. «Azúcar moreno, sensual como granos de arena besados por le sol.» Es mi primera cita en casi un año. La última vez, quedé con un médico del que nunca volví a tener noticias.

-Estoy harto del calor- dice Stephan, señalando el cielo azul resplandeciente, en mi opinión hace un día precioso.

Tiene un acento tan marcado que suena como «jarto del calorrrr».

La cafetería se encuentra en una de las galerías del museo y tiene una decoración moderna agradable. A nuestro alrededor se encuentran las voces apagadas de los demás clientes. En el exterior hace tanto calor que el esfalto de las calles se ha ablandado y el aire parece palpitar. Durante la última semana, dos de los caballos y uno de los conductores de los coches de caballos que siempre están estacionados delante del Hofburg, se han desmayado del calor. Uno de los caballos ha muerto.

-Y yo-digo para no llevarle la contraria.

En una cita siempre tienes que mostrarte de acuerdo con la otra persona. Si no lo haces, puedes acabar con contrarréplicas encantadoras y convincentes que solo sirven para demostrar que eres independiente pero no dogmático.

-El ambiente se vuelve asqueroso y asfixiante- continúa Stephan -. No puedes ni respirar.

-Es un poco como... una cámara de gas- murmuro.

A media frase me doy cuenta que acabo de dar un paso en falso cultural. Al fin y al cabo, con los austriacos estás solo a dos generaciones de hechos realmente espeluznantes.

El hombre que tengo sentado frente a mí es un príncipe. No en términos simbólicos, y tampoco en cuanto a su aspecto, evidentemente: Stephan es un príncipe de verdad. Por mucho que la aristocracia austriaca quedó abolida con la Primera Guerra Mundial, los austriacos han seguido utilizando sus títulos como si con ello quisieran demostrar que les importa un comino lo que el resto del mundo opine de ellos. Stephan es descendiente de la casa Deyn-Hofmannstein y su familia tiene un castillo en Steiermark. Empezamos a hablar el fin de semana pasado, cuando Leonore y yo estuvimos en Loos Bar, y al cabo de tres días, y aún teniendo solo un recuerdo vago y confuso como consecuencia del alcohol, decidí llamarlo. Como una señal de que tal vez debería poner un poco más de esfuerzo en mejorar mi vida amorosa. Al ver que lo había registrado en mi teléfono como «¡Príncipe Stephan! PRINCIPE!!!» Lo entendí.

La idea de quedar a las once de la mañana en el Museo de Historia Natural, en vez de por la noche en un bar de copas, fue mía, y la propuse con la intención de demostrarle lo alternativo y espontáneo que soy. Pero ahora me arrepiento de mi decisión, y desearía que el café que tengo delante se convirtiera en algo con contenido alcohólico y que fueran las doce menos cuarto de la noche y no de la mañana. Hasta el momento, la cita no ha sido para nada alternativa y espontánea, sino más bien torpe e incómoda. Normalmente, el Museo de Historia Natural es uno de mis lugares favoritos, pero, con Stephan a mi lado, de repente me parece antiguo e infantil. Ha demostrado cierto interés por la sala de los meteoritos, mientras que lo que a mí más me apetecía ver era el enorme celacanto y los cocodrilos de la segunda planta.

Ahora estamos sentados en la cafetería, intentando que nuestras piernas no se rocen debajo de la mesa. Stephan es alto y muy rubio, pero tiene una cabeza
demasiado grande y demasiado oblonga. Cada vez que lo miro, pienso en una de esas estatuas de piedra de la Isla de Pascua. Va vestido con vaqueros azul claro, camisa tirolesa de color rosa y una Janker, la típica chaqueta con la que la gente acompaña los lederhosen.

𝑼𝒏𝒅𝒆𝒓 𝒕𝒉𝒆 𝑩𝒖𝒔𝒉 ❬ᴠʜᴏᴘᴇ❭Donde viven las historias. Descúbrelo ahora