Empiezo a trabajar más de la cuenta, que caigo en razón de que mi vida se reduce a mi apartamento, Berlitz y las diversas empresas a las que me envían: EON, Strabag, Creditanstalt, Tele2Mobil, Andritz, Wien Energie, BAWAG, Polytec Holding y un grupo pequeño pero entusiasta de conservadores del Museo de Arte Moderno, el Mumok, que siempre van con jersey. Al final de la jornada, cargo con mi maletín escaleras arriba con una placentera sensación de cansancio. En el maletín no hay más que fotocopias sobre cómo escribir mensajes de correo electrónico en perfecto inglés, puesto que eso es lo único que interesa a las empresas. Si el resultado de mis clases es el esperado, consigo que los mensajes de mis alumnos corporativos pasen de tener un tono militar intimidante —«¡Envíeme la factura ya!»— a tener un tono militar un poquitín menos intimidante. Dedico gran parte de las lecciones a explicar la importancia de ser indirecto cuando hablamos en inglés. Mis alumnos me miran con una combinación de incomprensión y leve náusea ante la idea de tener que elegir una carretera secundaria cuando se puede utilizar perfectamente la autopista.
—Buenos días —le digo al recepcionista de la escuela de idiomas, que parece que tenga solo doce años de edad.
—Buenos días —replica.
Busco la carpeta con mi nombre en cuyo interior están todas las tarjetas de información de la jornada. Veo unos cuantos alumnos reunidos alrededor de la fuente de agua y en la sala de profesores se oyen risas. Mientras repaso las clases que tengo que dar, veo con enfado que a media mañana tengo dos turnos libres. Prefiero dar clase todo el día seguido, sin pausas.
—¿No había ningún alumno disponible a las once? —pregunto.
—Lo siento, pero no —responde el recepcionista, negando con la cabeza.
Se me ocurre de pronto qué hacer durante la pausa.
—No pasa nada —digo, y sonrío.
A las once, cuando termino la clase, voy corriendo a la óptica que vi hace unos días en el distrito sexto. Aliviado, descubro que sigue allí el cartel que anunciaba Pruebas de audición gratuitas. En cuanto entro en la tienda, suena un timbre. En el interior del establecimiento todo es blanco, con la excepción de los centenares de pares de gafas y gafas de sol expuestas en expositores redondos. Sale de la trastienda una chica de unos veinte años con los labios pintados de rojo semáforo. Lleva el pelo recogido en un moño y bata blanca, como si fuese un médico.
—¿En qué puedo ayudarlo? —dice.
—¿Es cierto eso de que hacen pruebas de audición?
—Por supuesto —responde la chica—. Y vendemos también audífonos.
—Pues me gustaría hacerme una prueba, por favor —replico.
De entrada, la mujer (Frau Ruthofer, según la plaquita que lleva en la solapa) se queda inmóvil.
—Naturalmente —dice por fin—. ¿Quiere hacerla ahora o pedir cita?
—Ahora mismo sería perfecto —digo—. Si le va bien.
La chica se acerca a la puerta y mientras echo un vistazo a un par de gafas de sol Bulgari que cuestan cuatrocientos dos euros. Calculo rápidamente que tendría que impartir unas treinta clases para comprarlas.
—Mi colega ha salido a comer —me explica Frau Ruthofer, cerrando la puerta de la tienda—. Acompáñeme.
Un minuto más tarde, estoy sentado detrás de una mesa en un pequeño cubículo insonorizado con unas paredes pintadas de marrón oscuro que tienen millones de agujeritos minúsculos. El suelo está cubierto con una moqueta gruesa de color marrón claro y delante de mí tengo una pared de cristal. Frau Ruthofer toma asiento en el otro lado. Se inclina hacia delante y le habla a un micrófono.
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𝑼𝒏𝒅𝒆𝒓 𝒕𝒉𝒆 𝑩𝒖𝒔𝒉 ❬ᴠʜᴏᴘᴇ❭
FanfictionHoseok está en busca de un chico perfecto, pero Taehyung es más bien «Chico guapo-caballeroso-inteligente-perfecto, pero un baño no le vendría mal»... Si, HoSeok es el típico chico soltero viviendo con su gato en Viena y trabajando en una escuela de...