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Herr Direktor Kolbinger tiene el pelo más blanco que he visto en mi vida y huele a una colonia fuerte y especiada. Pero, aparte de estos detalles, la clase resulta un poco vaga porque no puedo parar de pensar en el encuentro que acabo de tener con el vagabundo. Además, el director no deja en ningún momento de responder al teléfono, lo que se traduce en interrupciones constantes.

     Transcurridos los cuarenta y cinco minutos de rigor, me dice que su secretaria se pondrá en contacto conmigo para quedar para la siguiente clase. Me da la mano y prácticamente me echa a empujones del despacho.

     Cuando vuelvo a salir a Karlsplatz, echo un vistazo por si vislumbro de nuevo la presencia de aquel hombre tan grande y desgreñado. No lo veo, y decido volver a casa a pie en vez de coger el tranvía 1 y luego el autobús 48A. Paso por delante de la Casa de las Mariposas, del Museo de Historia Natural y del Volkstheater. En los accesos al barrio de los museos, ya han empezado a vender esas patatas asadas y esas castañas que siempre huelen mucho mejor que saben.
En los árboles, algunas hojas pasan del verde al amarillo marchito. Pienso en las últimas palabras del vagabundo y me molesta un poco que hayan sonado como una orden.


* * * * *



     La tarde siguiente quedo con Leonore. Durante casi una hora, la dejo hablar sobre la pelea que ha tenido con el Hombre Beis después de que la haya pillado in fraganti bebiendo Coca-Cola en vez de Red Bull Cola. Entre tanto, me pregunto si debería mencionar al hombre que he conocido. Al final, decido lanzarme a ello.

Ayer, un vagabundo me empezó a hablar de repente —empiezo a contarle—. Cuando estaba sentado delante de la ópera.

     Leonore pone cara de asco.

Puaj —dice—. No me gusta nada cuando hacen eso.

No, ese hombre era distinto —digo—. Divertido, la verdad. Y sexi, a su manera.— digo guiandome por lo poco que ví de él.

—¿De qué hablaron?— dice y en su rostro se refleja cierto desagrado.

     Al instante me arrepiento de haber sacado el tema a relucir.

De Schwarzenegger.

     Leonore me mira como si acabara de lanzar un estruendoso eructo en pleno Baile de la Ópera.

Los hombres son patéticos —murmura.

Me preguntó si podíamos volver a vernos —le explico. Lo cual no es del todo mentira—. El sábado.

Dios mío, y no le dirías que sí, ¿no? —exclama Leonore, y por primera vez tengo la sensación de que está mirándome.

     No respondo.

—¿Cuánto rato estuvieron hablando? —pregunta Leonore.

Siete minutos exactos —respondo, pero cambio ágilmente de tema, no gustadome la actitud de Leonore al respecto.

     Al final ella se adueña de la conversación y termino escuchando como relata por enésima vez su viaje a Sudamérica y de las maravillas que vió allí.



* * * * *


     Rebecca se muestra más curiosa. Estamos sentadas en el Café Central, esperando a que lleguen las pastas que hemos pedido. Hemos elaborado un plan para visitar todas las cafeterías famosas de Viena. Decimos que lo hacemos para rodearnos de historia cultural, pero en realidad es una excusa para hincharnos de pasteles.

𝑼𝒏𝒅𝒆𝒓 𝒕𝒉𝒆 𝑩𝒖𝒔𝒉 ❬ᴠʜᴏᴘᴇ❭Donde viven las historias. Descúbrelo ahora