❬05:❛🌳❜❭

17 4 0
                                    

Me ducho en la cocina. No por que quiera ducharme en la cocina, sino por la sencilla razón de que la ducha está en la cocina, detrás de una pequeña pared. Es lo habitual en en la mayoría de los pisos Altbau de Viena. En los edificios de construcción antigua, puedes encontrar la cocina, el cuarto de baño y el aseo en los lugares más inesperados. En el edificio donde vive Claire, de Berlitz, en el distrito dieciséis, el aseo está en el pasillo, carece de calefacción, y tiene que compartirlo con los vecinos.

     Una vez duchado y vestido, me marcho al trabajo, aunque sea fin de semana. Soy uno de los pocos profesores que siempre accede a dar clases los sábados. No tengo más que hacer. Hoy toca dar clases a un grupo de niños de diez años que han tenido la desgracia de nacer de padres muy ambiciosos. 

El sábado es el día de las conchas— me dice críticamente una niña antes de sacar un puñado de conchas de la mochila.

     Nunca he impartido clases a este grupo, de modo que no tengo ni idea de por qué «el sábado es el día de las conchas». Durante el resto de la clase, las conchas permanecen sobre la mesa, como un preocupante recordatorio de que probablemente tendría que haberme esforzado un poco en averigüar que habían hecho los niños en las clases anteriores. Pero a pesar de las conchas, dar clase a niños de diez años es una delicia. En cuanto los corriges una vez, nunca jamás vuelven a cometer ese error, independientemente de que sea de vocabulario, gramática o sintaxis, a diferencia de lo que sucede con los adultos. Jugamos al juego de la memoria, leemos un cuento sobre tiburones que se comen a la gente y hacemos nuestra propia versión de la típica canción infantil inglesa "The Wheels on the Bus".

—¿Que hacen sus padres?— les pregunto.

Los niños se quedan mirándome.

—¿Qué tipo de trabajo hacen? — digo aclarando la anterior pregunta.

     Los niños se quedan más tranquilos y siguen coloreando las imágenes de dinosaurio con los rotuladores que he traído de casa. 

Mi mamá es médico—dice un niño.

Mi papá trabaja como profesor— dice la niña de ellas conchas—. A la universidad.

Muy bien— digo, antes de incorporar una pequeña corrección—. ¿En la universidad? Que interesante.

En la universidad— repite la niña, y sigue pintando de morado su dinosaurio, dejándome con la duda de en cuál universidad trabaja su papá.

Mi papá viaja mucho. A Japón. Y Singapur. Y Hong Kong. Y me trae regalos. Mi mamá se queda en casa— dice el siguiente niño.

     Son, naturalmente, hombres de negocios, médicos y gente culta que puede permitirse pagar clases privadas para sus hijos. Me dirijo entonces al último niño. 

—¿Y qué hacen tu papá y tu mamá?— le pregunto.

El niño me mira. 

Escribem libros— responde por fin.

Libros ¿Sobre qué?— pregunto.

     El niño se tapa la cara con las manos antes de gritar.

—¡Libros de amor! 

𝑼𝒏𝒅𝒆𝒓 𝒕𝒉𝒆 𝑩𝒖𝒔𝒉 ❬ᴠʜᴏᴘᴇ❭Donde viven las historias. Descúbrelo ahora