I. Belleza idílica

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🌙Don't ask why...🌙

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En el reino de Tortillaland, donde la magia y la cotidianidad se mezclan en un sólo lugar, vive un noble bastante apreciado por todos los habitantes. Su nombre es Josecristo y cumple con la función de ser un comerciante sagaz y astuto. Tanto es así, que encargándose de mantener la economía estable gracias a sus tratos con reinos vecinos, se colmó de riquezas a una edad temprana y fue condecorado con el título de sabio.

Aunque, si se lo preguntasen, él diría que su mayor logro en la vida fue engendrar a tres jóvenes que si en algo resaltaban, era en belleza sin igual. Sus hijos eran su adoración, a quienes desde infantes colmó de regalos exquisitos, cumplió todos sus caprichos y los acostumbró a vivir acomodados en el gran condominio donde residían a la espera de ser desposados con alguien de alto estatus.

—¿Sabéis que me ha pasado? ¡El alcalde del pueblo 1 me ha pedido una cita! —comentaba Nia, la hija mayor, cepillándose el cabello frente a un gran espejo bordeado con detalles finos.

—¿Te refieres a Ibai? ¿El que tiene mucha pasta? —preguntaba, igual de emocionado, el hijo de en medio, cuyo nombre era Rubí.

—Ese mismo.

—Date, hermana. Y si te hereda, me das, no seas tacaña.

Nia acabó de alborotar su melena para que quedase perfecta y se sentó en una silla cómoda que había por ahí.

—¿Tú como vas con tu hechicero?

—En mis manos está, chavala. A ese ya lo tengo asegurado.

Ambos se carcajearon, divertidos. Ellos habían heredado la parte más ambiciosa y despilfarradora del linaje; eran descarados, se valían del alboroto que su hermosura causaba en los hombres del reino para hacer y deshacer a su antojo. Claro está que nunca dejaban de buscar al mejor postor que pudiese regalarles la vida que creían merecer.

Rubí, entonces, dirigió su mirada al balcón de la habitación que usurpaban, encontrándose con su hermanito menor. El de cabello blanco rodó los ojos, agarró el cepillo que hasta hace unos instantes Nia utilizaba y se lo tiró en la espalda para que les pusiera atención.

—Pero me cago en tu puta madre —le espetó el más pequeño, con el ceño fruncido—. ¿Qué quieres?

—Hablar contigo, Aururun. ¿Tú ya te decidiste?

El menor de los hermanos suspiró, disgustado.

Él era castaño, con un mechón rubio característico que sobresalía de sus hebras; tenía un ojo café claro como la miel y el otro amarillo en un precioso color semejante al oro, así como unos labios carnosos polvoreados con suave carmín. Por si fuera poco para llamar la atención, el Dios Heberon, padre de todos los celestiales, lo había colmado al nacer con una apariencia envidiable de cuerpo delicado y curvas sinuosas. Poseía un carácter fuerte, rebelde y altivo que se había apropiado de su difunta madre, pero también podía demostrar una amabilidad desinteresada que encantaba a quién tuviese delante.

🌙FOCUSPLAY🌙 Amor de un diosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora