IV. Matrimonio forzado

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🌙I never thought someone would  make feel so high🌙

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Nia decidió regresar sobre sus pasos a la habitación que su padre aún le conservaba intacta. Su esposo sabía que los días de visita se quedaba en su antigua casa, por lo que no le extrañaría que no llegase a dormir con él. Descansar a gusto le fue imposible, conciliar el sueño se hizo una tortura.

Cuando el amanecer llegó, acompasado del canto de los gallos de la granja, los hijos mayores y el padre de familia sintieron que llevaban a cuestas un peso enorme atado en los tobillos. Casi con miedo, cada quién caminó a donde usualmente comenzaban los días: el comedor. Para ese entonces, ya se escuchaba el chocar de sartenes y bandejas de Pol, el panadero; Adam, el mayordomo de la familia, también iniciaba su día dirigiendo al personal de limpieza. Y, claro, Auron era de los últimos en despertar.

Nia, sentada a la derecha de Josecristo, movía su pierna con ansiedad. Rubí, mordiéndose las uñas, interrumpió el pesado silencio que permeaba en la estancia:

—¿Vamos a decírselo?

El anciano, que tenía los ojos enrojecidos y unas profundas manchas púrpuras que evidenciaban su mala noche, suspiró con pesadez.

—Tiene derecho a saber lo que le espera el futuro.

—¿Y si fuera mejor que no lo sepa? —preguntó, tímidamente, el de cabello blanco—. La profecía no dice cuando se va a cumplir, bien podrían ser veinte años o dos semanas. Podríamos darle un tiempo de vida feliz al menos.

—Atrasarse no es una opción —opinó Nia—. Ya os lo dije una vez: hay que sacrificarlo, demostrar a los dioses que aceptamos sus designios.

—Pero Nia... —comenzó a decir el padre, siendo interrumpido por un portazo.

Con una visible marca de la almohada surcándole un cachete, Auron ingresó a la sala del comedor llevando a Frederick en brazos. Dio unos escuetos buenos días, al tiempo que se sentaba en su silla designada y ponía a su pollito en otra.

—Oigan, caras de nabo —llamó a sus hermanos, en medio de un bostezo residual—. ¿Me quieren acompañar a la aldea vecina? Escuché que van a realizar una competición de esgrima y me quiero inscribir.

Al no recibir respuesta, el castaño volteó a ver a su familia con sospecha. Ni uno fue capaz de dirigirle la mirada.

—Que conste que me he portado bien —se apresuró a decir, creyendo que con ese silencio le esperaba una riña de cualquier tipo. Entre todas sus travesuras, saber cuál era la que habían descubierto era difícil; por ello prefería generalizar—, os lo juro.

🌙FOCUSPLAY🌙 Amor de un diosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora