☾ Capítulo 33. El dolor (I)

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27 de Marzo de 1980. 

Bronx, Nueva York.

Si dijera que no sentí miedo mentiría. Desde el primer segundo que pasó, cuando pusieron aquellas manos ajenas sobre mi cuerpo. La adrenalina se disparó. No pude ver nada desde que me subieron a la camioneta, me pusieron una bolsa de tela, sucia y con un olor amargo, sobre la cabeza.

Nunca había sentido tanto pánico antes. No podía saber a dónde me llevaban, con quienes estaba o la razón del secuestro. El coche se movía con rapidez, dando vueltas y sin seguir un camino recto. Mientras que mi cuerpo iba chocando con las personas que estaban dentro. Podía oír a algunos sollozando y murmurando, mientras que otros les exigían guardar silencio bajo amenazas.

No era el único al que llevaban en contra de su voluntad, pero sí el último. El carro no se detuvo de nuevo hasta que para mí, pasaron largas horas. No hice ningún ruido, en la oscuridad de mi mundo actual, solo podía guiarme por el oído, mis manos tras mi espalda estaban entumecidas y las muñecas me dolían. Tenía la circulación cortada por las cuerdas que me sujetaban.

–P–por favor –una voz femenina se quebró a mi lado. Nuestros cuerpos chocaban por el movimiento desenfrenado del auto–. Mi madre debe estar buscándome.

Sentí tanta pena al escucharla. Nadie le respondió. Me imagino que tampoco tendrían buenas noticias que darle.

El auto se detuvo de golpe, impulsando nuestros cuerpos no asegurados al suelo de la camioneta; no pude aferrarme a nada. Caí de bruces, mi cara se raspó, di un grito ahogado.

Abrieron las puertas dobles del encierro, fui el primero al que bajaron. Me tomaron de los brazos, eran varias personas, arrastrándome por el piso del auto hasta que salí. Hicieron que mis pies tocaran el piso y luego me empujaron para avanzar a ciegas.

No sabía dónde estaba, el sonido de alrededor era extraño, mis pasos iban sobre un piso plano. Por lo que no estábamos en la calle. Gritos ásperos y amenazas, hipos y llantos contenidos detrás de mí. Creo que no lloré ni solté una palabra debido al shock del momento. "¿Qué estaba pasando?".

"Fuiste secuestrado, Eiji" me contesté. "¿Pero por qué?".

–¡Muévete! –el hombre a mi espalda empujó mi cabeza con fuerza, luego me tomó del cuello para dirigirme más rápido.

Me dejaron parado, tras pasar lo que me pareció ser una puerta que nos llevaba a una habitación. Pude sentir cómo enfilaban a mi lado a los que me acompañaban en la camioneta. No había manera de saber cuántos éramos. Hasta que nos quitaron las bolsas de la cabeza, sin desatarnos aún.

Antes de revelarnos lo que teníamos enfrente de nosotros, pude oír una voz que se sobrepuso a las órdenes de los sujetos de antes.

A pesar de no existir la remota posibilidad de que pudiéramos pensar en intentar escapar. Ellos eran cerca de veinte hombres altos y armados, mientras nosotros sólo éramos seis.

–¿Es toda la mercancía nueva? –a pesar de que hablaba bajo, los hombres que nos trataban como objetos silenciaron sus gritos para que se pudiese oír en todo el cuarto lo que dijera aquel chico.

–Sí, es toda. Pero tenemos un producto especial –al terminar de decir esto, la bolsa asquerosa que cubría mi sentido del olfato y mi visión desapareció. El hombre frente a mí continuó explicando, al tiempo que me señalaba–. Dale un trato especial, Arthur quiere tratarlo en persona.

–¿"Tratarlo"? –repitió el joven que hablaba en voz baja.

Yo intentaba adaptar mis ojos a la luz del lugar, luego de las horas en absoluta oscuridad, la potente luz del cuarto era demasiado. Parpadeé varias veces, bajando la cabeza para evitar la luz directa. Los hombres de gran tamaño que se encargaron de transportarnos por la ciudad quitaban las bolsas del resto de personas.

Besos robados en Nueva York  [Omegaverse]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora