☾ Capítulo 24. El tiempo que nos sobró

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21 de Marzo de 1980

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21 de Marzo de 1980. 

Nueva York, Nueva York.

Las consecuencias del celo más conocidas tenían efecto en la personalidad de Ash. No se separaba de mí ni un centímetro, si desaparecía de su vista inmediatamente me buscaba y quería mantener el contacto todo el tiempo. Como un verdadero alfa, protegiendo a su pareja. "Hasta los hombres más rudos pueden ser cariñosos luego del celo", pensé.

En esta ocasión, yo era su prioridad, y se sentía tan malditamente bien.

Parecíamos una pareja romántica, con nuestros momentos melosos y llenos de atención. Era hora de salir de esa ensoñación, de regresar al mundo real. A mi parte recesiva que era una deshonra para todos los omegas y una mala broma a la vista del resto de alfas. "¿Ash era diferente?". No lo sabía todavía.

–Oye... –usé un tono bajo al hablar.

Tomábamos el desayuno en su sala, me tenía sentado sobre sus piernas con el plato frente a mí, mientras él me abrazaba por detrás. Él ni siquiera comía, con su cabeza cómodamente apoyada en mi hombro, hacía cosquillas cada vez que se movía un poco. Solté el cubierto, con mi mano en su cabeza.

–Dime –su voz chocando con mi piel, dejando besos en las zonas que tenía a su alcance. "¡¿Dónde aprendió a ser tan meloso?!". Cualquiera se derretiría con esos tratos.

–Necesito hablar con Jessica –dije, escuchando de inmediato como gruñía, mordiendo mi piel. Giré el cuello, por la sorpresa, tardaba en dejarme ir. Bajé mí una mano hasta su nuca, intentando que aflojara–. Se preocupará, no sabe nada de mí, y también está el asunto del vuelo.

Mantuvo el silencio unos segundos, como si sopesara las posibles respuestas que podía darme; por un momento creí que diría algo sobre no dejarme comunicarme con nadie, que me encerraría en la habitación. Los alfas eran capaces de ser controladores a morir, exigentes con el tiempo que les dedicara su omega. Una muy pequeña parte de mí, ese lado omega que acababa de pasar su celo con un alfa, deseaba aquello. Y al mismo tiempo, sabía que no estaba bien.

–Hay un teléfono en la encimera, cuando termines de comer puedes llamarla –dejó de hablar, pegando de inmediato sus labios por todo mi cuello. Me estremecí, aunque ya me iba acostumbrando.

–Va a matarme.

–Solo si puede pasar a través de la línea telefónica.

–No sabes lo que es capaz Jessica –reí.

Conseguí apartarlo de mi lado y realizar la llamada solo. Descubrí que le encantaba besar, en cualquier parte. Depositó uno sobre mis nudillos antes de tragarse sus ansias de oír mi conversación con mi cuidadora. Aunque lo vi desaparecer dentro del cuarto, no hice la llamada de inmediato, pensando en que no me molestaba que fuese tan apremiante o controlador. "¡No! ¡Hay que poner límites!".

Besos robados en Nueva York  [Omegaverse]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora