1 de agosto de 1970.
Queens, Nueva York.
–Apestas –con la nariz arrugada, las pálidas cejas unidas en un ceño fruncido. El niño nos miraba desde arriba.
Fue la primera palabra que escuchamos salir de sus labios, su cabello rubio parecía enmarañado y sus ojos verdes se movían entre nosotros. Nos habíamos acercado a él tan similar como con un animal salvaje.
Primero le dimos comida, manteniendo nuestra distancia y ocultos en la maleza; días después intentamos acercar la comida un poco a nuestro escondite, tras un árbol. Continuamos así, por varios días seguidos, hasta que pudimos dársela en la mano. Era bravío, vivía en el parque y no tenía nada consigo, sólo su vestimenta e instrumentos obtenidos de la basura. Aunque su ropa siempre parecía limpia, era oscura y gruesa, similar a un pijama ceñido.
–¡Grosero! –mi hermana se ofendió, inflando sus mejillas como globos. Lucía como si estuviera a punto de llorar, con los ojos rojos, al igual que su rostro. Molesta por el insulto del niño desconocido.
–Fuiste cruel, discúlpate –me uní a ella, cubriéndola con mis brazos para hacerla sentir mejor, susurrándole que ella no olía mal.
–Solo dije la verdad, lo siento –luego de eso, bajó de un salto de la gran piedra en que estaba montado, cayendo sin problema cerca de nosotros. Caminó hasta mí, acercando su nariz hasta mi cuello y aspirando llamativamente.
–¿Qué estás haciendo? –lo empujé, me hizo sentir incómodo, estaba demasiado cerca.
–Tu no hueles mal, ¡eres la primera persona que conozco que no huele mal! –afirmó con más fuerza. Sus ojos verdes de pronto, dejaron ese aire fiero para pasar a unos de ilusión, brillaban con la misma intensidad que gotas de rocío sobre las hojas–. Seamos cercanos, ¿sí?
–Está bien, pero debes jugar con mi hermana también.
Lo dudó un segundo, pero luego volvió a gritar con ánimo.
–¡Vamos a jugar! –sonreía. Una mueca poco común en él.
En ese momento no me di cuenta, no sabía nada, pero Aslan había sido el primero en notar la peculiar situación de mi hermana. Tenía un olfato fino, era animado y muy activo.
Llegaba siempre con un juego nuevo en mente para nosotros. Nunca nos guiaba a sitios peligrosos, recuerdo que decía como: "ya lo he explorado antes" para que nosotros no nos lastimáramos. Era tan solo un niño, unos años menor que nosotros, y como un pequeño cazador se movía por la naturaleza como si fuese parte de ella. Trepando por los árboles, escondiéndose entre las hojas para "atacarnos", enseñándonos animales extraños e insectos.
–Te llamaré Rubio –sentenció mi hermana, como venganza por haberla señalado como "apestosa".
–¡No me gusta! –de inmediato se quejó.
–Entonces tendrás que decirnos tu nombre, o seguirás siendo Rubio –me miró, con su sonrisa cómplice–. ¿No es así, Eiji?
No pude contestar, no hizo falta. El ego del pequeño niño del parque se alteraba con facilidad, la broma de mi hermana ayudó a que el niño confesara su nombre días después.
Nunca me puse a pensar en si tenía familia o no, para mí siempre estuvo ahí, viviendo dentro del parque. Cuando eso hubiera sido imposible para cualquier niño, incluso para el pequeño Aslan salvaje.
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✒Nota de la autora
Por cierto, no he dormido más de 4 horas seguidas todos estos días, muriendo con exámenes y proyectos. Son como los juegos del hambre. Pero todo bien. Nos vemos el viernes.
PD. Sé que es una actualización corta, la siguiente será un capítulo largo.
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Besos robados en Nueva York [Omegaverse]
FanficLa visita de Eiji en Nueva York durará solo una semana. No hay manera de que se meta en problemas, ¿verdad? Deseando reencontrarse con su pasado, Eiji. Un joven omega, vuelve a su ciudad de origen: Nueva York. Guiado por un antiguo diario que años a...