☼ Capítulo 17. Mal día

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17 de Marzo de 1980

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17 de Marzo de 1980. 

Nueva York, Nueva York.

Me despertaron los golpes contra mi puerta. No sabía la hora solo que era tarde ya, la luz que entraba por la ventana no era la que solía ver en la madrugada, sino ya muy pasadas las 8. La alarma del reloj sonaba muy lejana, su fuerte ruido opacado por la puerta de mi habitación cerrada. Miré sobre mi pecho, sin poder levantarme. Ahora no solo tenía uno, sino dos Golden Retriever sobre mí, uno en mi pecho y el otro encontró un espacio entre mi cuerpo y el sofá. Los bajé, frotándome la cara con los puños, arrepintiéndome luego de recordar que no me había lavado las manos ni la cara.

Regresando tardíamente a la realidad, recordé al omega de ayer, "si seguía en la habitación ¿por qué no apagó la alarma?".

Me moví por el departamento yendo a la puerta de entrada, busqué las llaves para abrir, pero cuando las encontré y las puse en la puerta está ya estaba abierta. Fue entonces que percibí el aroma del omega, impregnado en el departamento, marcaba un camino directo desde la habitación a la salida. Se fue mientras dormía, dejando la puerta sin seguro.

Respondí a los insistentes golpes detrás con uno más fuerte, seco y único. Se detuvieron. Eran los chicos nuevos, como cada mañana, llegaban para hacer la rutina diaria conmigo. Tendría que saltarme el desayuno, el ejercicio y mi cuidado de la cara, incluso sin tener tiempo para beber mis supresores. Solo alcancé a echarme una crema humectante. Me vestí veloz. Dándole sus raciones de alimento a mis fieles canes, quienes me traicionaron y dejaron escapar chico por la noche.

"¿Y si entraba un enemigo mientras dormía? ¿Lo dejarían acercarse y hacer su trabajo? 'Los mejores amigos del hombre', decían..."

–Señor, que sorpresa que usted se levante tarde –el chico beta, que venía solo, quería parecer relajado conmigo como si fuésemos iguales. Para su mala suerte mi noche había sido terrible y la mañana no prometía mejorar.

–Espero que no piensen en mencionar esto por segunda vez –mi voz sin atisbo de emociones, evitando el contacto visual, chasqueando la lengua. El beta cuadró los hombros.

–Sí, Ash –tragó, su boca estaba tan seca que seguramente se lastimó por esforzarse. Le di la correa de los perros, que yo mismo había preparado.

Una gabardina larga, que me llegaba a las rodillas, me cubrió del frío. Los autos esperaban cómo siempre, en fila, a que bajara para llevarme a las oficinas de Golzine.

Esta vez abrí por mí mismo la puerta del primer auto que tuve frente, sin responder a los saludos de los hombres beta o amenazar acerca del cuidado de mis mascotas. Grave error. Debí dejar que ellos decidieran cuál vehículo me transportaría, eso me habría ahorrado muchas molestias.

Nada más abrir la puerta del auto, el olor del omega me golpeó. Cómo sí estuviera ahí mismo, esperándome en los asientos traseros. Me asomé dentro con rapidez, para asegurarme de que no fuera así, que solo era una ilusión.

Besos robados en Nueva York  [Omegaverse]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora