Capítulo final

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—¿Tienes hambre?

—Estoy desfallecida —contestó ella.

— ¿Quieres que baje a ver si encuentro algo de comer? —preguntó Rahul.

Anjali miró el despertador.

—Las once. Se nos ha pasado la hora de cenar y aquí no hay servicio de habitaciones.

—La cocina sigue abierta —dijo él, buscando sus pantalones—. Después de haber sobrevivido a un naufragio, no puedo permitir que te mueras de hambre.

Tardó lo que a Anjali le pareció una eternidad, pero sabía que no volvería con las manos vacías. Rahul era un hombre de recursos. Cuando por fin apareció, llevaba una bandeja de pescado y dos cervezas.

— ¿Cómo has organizado este banquete? —exclamó, impresionada.

—Elvis es sobrino de una de las cocineras —contestó Rahul, preguntándose si sabría lo guapa que estaba con el pelo revuelto y la carita roja.

—Qué suerte.

—Por lo visto le han contado que hablé en su favor con el director del hotel y la mujer me ha tratado como si fuera un héroe —siguió él—. Cuando pregunté si quedaba algo de cena, me hizo tomar una copa de vino mientras preparaba el pescado.

Anjali sonrió.

—Huele de maravilla —dijo, acomodándose sobre los almohadones—. Y eres un héroe. Cualquiera que pueda conseguir una bandeja de pescado a estas horas tiene que ser un héroe.

Cenaron sentados en la cama, charlando tranquilamente. Era todo muy natural, demasiado quizá, teniendo en cuenta lo que había pasado.

Pero no. Resultaba muy natural estar tumbada en la cama con Rahul, charlando y riendo como habían hecho tantas veces.

Después caminaron... en el caso de Anjali cojearon, hasta la playa y se sentaron bajo una palmera para ver aquel paisaje por última vez antes de volver a Londres al día siguiente. Las nubes habían desaparecido y la luna daba un brillo de plata a la superficie del mar. Sobre sus cabezas, la brisa movía las hojas de las palmeras.

—Está todo tan tranquilo... —suspiró Anjali apoyándose en el hombro de Rahul.

—Lo de anoche es difícil de creer, ¿verdad?

Pronto volverían a Londres y no podía soportar que aquélla fuera la última vez que podía abrazarla.

—Me siento como si pudiera quedarme aquí para siempre, mirando el mar —dijo entonces Anjali.

—Olvídate del paisaje —murmuró Rahul, tumbándola suavemente sobre la arena. Un beso siguió a otro y, poco después, la arena era un estorbo.

—No vas a poder quitártela del pelo.

—Quizá debería cortármelo antes de ir a esa expedición contigo.

—No te lo cortes nunca. Tienes un pelo precioso.

—Pensé que te parecería bien. Sería mucho más práctico.

—Es posible, pero... me gustas así —dijo Rahul.

Cuando volvieron a la habitación, la hizo sentar en el baño mientras le pasaba el cepillo por el pelo para quitarle la arena. Después volvieron a la cama e hicieron el amor con urgencia, como si los dos sintieran que era la última vez.

El aeropuerto estaba abarrotado. Era una terminal muy pequeña y, a juzgar por la cacofonía de idiomas, había vuelos con destino a diferentes países.

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