12 | Peligro predicho.

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—Qué gusto verte. —dijo el limón rompiendo el silencio que se creó.

—Igual.

Le di la espalda y empujé a mi hermano con la intención de pasarnos a otra caja, pero se trataba de Sergio Ferreira, un sabueso perfectamente entrenado para sospechar cosas que resultaban ser ciertas.

—¿Quién es tu amigo? —me preguntó Sergio, estirándole la mano al de ojos verdes.

—Elián Montero, mucho gusto.

La media sonrisa de mi hermano desapareció; sin embargo, la retomó un segundo después.

—Sergio Ferreira.

—Ferreira. Así que él es tu hermano.

—Sí, soy yo.

—Es... Sorprendente. Ustedes no se parecen mucho.

—Maravillas de la genética, ya sabes.

Elián sonrió y regresó sus ojos a mí, dándome la inexplicable habilidad de saber sus intenciones, así que volví a armarme de valor y asentí con la cabeza, arriesgándome a que Sergio convierta el supermercado en un campo de batalla.

—¿Podría hablar con tus padres? —preguntó Elián dirigiéndose a Sergio.

No, así no debía ser.

—¿Mis...? ¿Mis qué?

—Tus padres.

Mi hermano regresó a mirarme con confusión.

—Nuestros padres, tonto —le di un pequeño golpe con el codo—, Elián quería hablar con ellos, pero dado el caso de que ayer viajaron a... A...

—¿China?

—¡Sí! —contesté, ocultando el alivio que me causó saber que Sergio estuvo dispuesto a seguir mi mentira—. Imagino que puede hablar contigo, ¿no?

—¿Sobre qué?

—Sobre el viaje.

—¿Viaje? —la cara de Sergio cada vez se iba confundiendo más—. ¿Pues cuantos viajes tienes pendientes, niña?

—Yo... Te mentí. El viaje del que te hablé ayer lo haré con él, no con una amiga.

La mirada que él me dirigió pareció un láser mortal.

—¿Y como por qué van a viajar?

—Porque existen algunos asuntos que deben cumplirse fuera de esta ciudad, aquí no podremos escalar montañas, pescar y...

—¿Asuntos?

No hubo más remedio que contarle. Todo.

Y su reacción se resume en el silencio.

—¿Me escuchaste? —le pregunté a Sergio al ver que mantuvo la mirada fija en el centro de la mesa en donde nos habíamos acomodado.

—Tantos consejos, Estela. —articuló finalmente—. Se supone que tú no ibas a ser como yo.

—¿De qué hablas?

—Vámonos.

—Pero...

—Creo que lo malinterpretaste —intervino Elián—, nosotros...

—Voy a decirte una cosa, y solo lo haré una vez —le interrumpió mi hermano—. Aléjate de mi hermana y busca a alguien más para ofrecerle alucinógenos, porque si te vuelvo a ver cerca de ella, me vas a conocer.

—Esto no es producto de drogas, es cierto.

—Te veo afuera en dos segundos —estableció Sergio sin hacer caso a lo que dijo el hermano de mi amiga.

EL FANTASMA DE HILLARYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora