34 | Vuelve...

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—Ella es Estela.

Dos pares de ojos mirándome como si quisieran ver hasta mis pecados, salvo los dos restantes.

Eran de tonalidad verdosa, sobre ellos hacían sombra la largueza de sus pestañas, y, aunque estas estaban dirigidas a mí, sus pupilas se rehusaban a encontrarse con las mías.

—Elián —volvió a llamarlo Hillary cuando sus padres se apartaron por algunos minutos—. ¿Me oíste? Ella es Estela, salúdala.

—Mucho gus...

—Igualmente. —me cortó, ignorando mi mano estirada—. Estaré por allá si me necesitas. —se dirigió a mi amiga y desapareció.

—Él es el mayor, ¿cierto?

—No, el mayor e irritante es Alfredo.

—¿Quieres decir que hay uno peor que este?

—Elián no suele ser así, tal vez ha tenido un mal día.

—Yo tengo días malos a diario y no me desquito con las personas.

—No mientas, te desquitas con todos menos conmigo —se quejó ella dándome un pequeño empujón.

—Y no te creas especial por eso.

—¿Quieres conservar tu fama de mujer insensible y ruda?

—De esa forma consigo que no se metan conmigo.

—Entonces, ¿esa es una ventaja que tengo al ser tu amiga?

—No somos amigas.

—Bien. Compañeras de trabajos escolares.

—Exacto.

—¿Quieres que vaya por comida, compañera de trabajos escolares?

—Sí, creo que aún falta mucho para que sea nuestro turno.

Ella estiró la mano, me recibió los dólares y la vi alejarse.

Por casualidad, volví a encontrarme con la silueta de su hermano, estaba sentado en una de los asientos del patio, con los ojos puestos en el afiche que yo había pegado en una de las paredes, detallando el proyecto que Hillary y yo presentaríamos. Hasta que, de repente, su mirada se interceptó con la mía.

El ceño se le había fruncido levemente, pensé que era por el impacto que el sol tenía en su rostro, pero siempre tuve la capacidad de saber cuándo le desagradaba a alguien. Y desde que Elián Montero habló supe que, si existía algún tipo de vínculo entre nosotros, no sería bueno.

—Oye...

Sentí las manos de una muchacha sobre mis hombros.

—¿Estás bien? —me preguntó, dirigiendo sus ojos al chorro de agua que seguía corriendo mientras yo me sumergía en mis recuerdos.

—Estoy bien... Gracias.

Cerré el grifo y evité hacer contacto visual esperando que se fuera, pero de uno de sus bolsillos sacó una pequeña libreta junto con una lapicera para escribir en una de las hojas. Cuando acabó, arrancó el papel y me lo estiró.

—Hay líneas a las que puedes llamar.

No entendí; sin embargo, sus ojos examinando mi cuello aún moreteado me dieron la respuesta.

—Podrían ayudarte.

Un nudo se me formó en la garganta sabiendo que no era así de sencillo como se escuchaba, pero su intención de querer ayudarme indirectamente hizo que mi voz se debilitara.

EL FANTASMA DE HILLARYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora