19 | Dispuesto.

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Tanto Elián como yo nos despedimos apenas terminamos de comer. Volvimos al hotel y él inmediatamente me dejó claras sus intenciones de ir al festival al que fuimos invitados.

—No tenemos que...

—Dijiste que te gustaban las fiestas.

—Sí, pero...

—No será mucho tiempo, regresaremos después de un par de horas.

—¿Por qué haces esto, Elián?

—Porque es tu cumpleaños.

Sonrió, me dio la espalda y se quitó la remera. Por mi parte, me encerré en el baño para remojarme la cara y buscar entender qué tan cierto era lo que Dorian dijo.

Amor.

No conocía amor más allá del que sentía por Sergio. Daría la vida por él si fuera necesario, y, a pesar de las amenazas que le di el día anterior, sí estaría dispuesta a hacer lo que hice con tal de salvarlo otra vez, ya sea de la cárcel o de sus enemigos. Pero, aunque ese tipo de amor era sano (quizá un poco no), también me aterraba, pues le abría paso a una vulnerabilidad inexplicable.

Entonces no podía imaginar cuánto le llegaría a temer a un amor extraño, que no involucrara lazos familiares.

Aun así, me estaba adelantando, el hecho de que (tal vez) le guste a Elián no significaba que me amara. Lo mismo pasaba conmigo, yo no lo amaba, pero nadie me aseguraba que jamás podría hacerlo.

—¡Hola! —nos saludó Amy apenas estuvimos fuera del coliseo en donde sería el evento.

Sostuvo el brazo de Elián y a la fuerza lo llevó junto a ella al encuentro de los demás.

Me detuve a observar el sitio, no acostumbraba a celebrar mis cumpleaños sin estar dentro de una fiesta, pero ese cumpleaños ya no era como los otros.

Había muchas personas, la música era muy fuerte y las luces me mareaban a tal punto de recordar una de las etapas que compartí con mi hermano. Yo también conocí las drogas, la única diferencia es que conseguí ser indiferente ante ellas, pero él no, y ese es otro de los errores que no voy a perdonarme.

Lo abandoné.

—Esa cara indica celos.

—¿Qué?

—Que estás celosa, Estelita.

—¿Por qué estaría celosa?

Dorian me señaló a Elián junto a Amy, esta última paseando una de sus manos por el cabello de él sin prestarle atención a la aparente incomodidad que el hermano de Hillary sentía con ese tipo de tacto.

—¿Qué tiene de malo?

—Que él te gusta.

—¡ÉL NO ME GUSTA!

—¡Bien! Pero tú sí a él.

—Eso tampoco es cierto, yo no le gusto.

—Puedo ayudarte a comprobarlo.

—¿Cómo?

—Causándole celos también.

Tomó mi mano y me acercó a él para bailar.

—Agradezco tu sacrificio, pero no es necesario.

—Bueno, ¿entonces admitirás que se gustan?

—No hasta que él me lo diga.

—Oh, eso sí está difícil. Veré qué puedo hacer.

—¿No tienes cosas más importantes que entrometerte en asuntos de dos desconocidos?

EL FANTASMA DE HILLARYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora