16 | Señales.

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—¿Y esa niña?

—Es... Mi hija. —respondió mi madre a uno más de sus amantes.

—¿Tu hija? ¿Tienes hijos?

—No es importante, no molestará.

El hombre se me acercó para apoyar una de sus manos sobre mi rodilla, empezando a acariciarla, sin tener idea de que detrás de mi espalda yo sostenía una tijera, lista para usarla por si se atrevía a hacer algo que me disgustara. Pero se alejó, encerrándose con mi madre en su habitación.

Volví a ocultarme detrás del sofá, intentando recordar la letra de una canción que alguien me enseñó alguna vez y que, aprovechándose de mi ingenuidad, prometió ir a ayudarme cada vez que la cantara.

Por unos minutos esa noche no era muy diferente a las demás, salvo por los gritos de mi madre y salvo por el pequeño detalle de que aquel día era mi décimo cumpleaños.

Cuando ya no se oyó nada el tipo salió del sitio, dejó la casa y sólo así pude adentrarme en ese cuarto oscuro, tropezándome con el cuerpo inconsciente que manchó mi pequeño overol de sangre junto con mis manos y piernas.

—Mamá...

En mi inútil intento por levantarla, toqué su rostro.

Se me dificultó respirar y las lágrimas ya no me permitían ver mis alrededores, ni siquiera encender la luz. La cabeza pareció querer estallarme, todo mientras había silencio.

—¡MAMÁ!

Empecé a gritar tan fuerte que los extremos de mis labios quisieron arrancarse.

Nadie estaba cerca, ni siquiera Sergio, entonces no tuve otra opción que ir hasta la puerta, sufriendo al abrirla debido a lo alto que habían colocado la cerradura, precisamente para que una niña como yo no pudiera salir. Acerqué una silla y cuando la abrí caí al piso, pero volví a levantarme, empezando a caminar hacia las aceras llenas de personas, quienes se detuvieron para ver a una niña llena de sangre en el cuerpo y lágrimas en los ojos.

Me desperté de un salto, encontrándome sola en la habitación.

Tomé mi teléfono y vi la hora: Cinco de la mañana.

Tendría tiempo para preparar mis cosas antes de...

—¿Qué haces? —escuché la voz de Elián.

—¿Qué haces tú? ¿Por qué no te cambias? Llegaremos tarde para escalar...

—No iremos hoy. Pospuse la fecha para pasado mañana.

—¡¿Por qué?!

Él alzó una ceja mirando fijamente mi mano derecha, la misma que estaba lastimada.

—No es nada.

Al escucharme alzó aún más la ceja debido a que sabía que mentía, el corte era un poco profundo.

—Entonces, ¿qué haremos?

—Por ahora regresa a dormir, al menos descansa físicamente.

—Tuve una pesadilla, ya no puedo dormir después de tener una pesadilla. Además, si no vamos a escalar, ¿por qué estás despierto tan temprano?

—Tenía que coordinar los últimos detalles sobre las becas.

La beca. Otro dolor de cabeza.

—¿Cuándo anunciarán a los ganadores? —pregunté tomando asiento a su lado para evidenciar la tranquilidad del mar.

EL FANTASMA DE HILLARYDonde viven las historias. Descúbrelo ahora