III. Una gran familia

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Los últimos días de Mayo se acercaban con el calor que anunciaba el verano, y toda la Aldea estaba envuelta en la fragancia de pequeñas flores, la alegría por las vacaciones y el sol sincero de Konoha

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Los últimos días de Mayo se acercaban con el calor que anunciaba el verano, y toda la Aldea estaba envuelta en la fragancia de pequeñas flores, la alegría por las vacaciones y el sol sincero de Konoha. El día estaba abriendo con su sincera luminosidad, y soplando la taza de café que tenía entre las manos el ninja copia se encaminó adormilado hacia el jardín, abrió con cuidado la puerta de cristal y se apoyó en uno de los postes del porche con una sonrisa pequeña y feliz.

Sobre la hierba, rodeado del ninken y unos cuantos kunais repartidos en los objetivos que estaban colocados en el jardín, Iruka Umino entrenaba secuencias de ataque y defensa sosteniendo el Bö entre sus manos morenas. Durante unos segundos, el heredero del colmillo Blanco no osó perturbar ni interrumpir aquel espectáculo, aquellos pies de canela, deslizándose elegantemente sobre la hierba todavía húmeda del alba, la certeza de cada uno de sus golpes, la piel de su torso desnudo bañada a medias por el sol cálido y perlas de sudor, su cabello suelto pero ordenado respondiendo acorde con cada movimiento. Aquella imagen era lo más bello que el exHokage había visto en años, no por el erotismo encerrado y primitivo que inspiraba (que también era algo a considerar, teniendo en cuenta los derroteros de aquella imaginación alimentada durante años con la literatura erótica más cochambrosa que había salido de las manos de Jiraya), sino por el hecho de la belleza madura y enérgica que encerraba Iruka. Y es que Kakashi nunca se cansaría de mirarlo, como había hecho siempre desde que eran dos chicos solos en el mundo. Con esa mezcla de curiosidad que hacía que su estómago se llenara de un intenso hormigueo inocente y la seguridad de que después de tantos años, no solo podía admirar de lejos, si no que podía tocar, besar, bendecir y recorrer cada milímetro de aquella extensión canela, pecaminosa y sudorosa que confluía en el cuerpo amado decidió acercarse.

Una masa de chakra brillante alertó al Director de la Academia, que girando sobre sus pies con un movimiento secó alzó el arma por encima de su cabeza para aprovechar la gravedad en la fuerza del golpe pensando que era uno de los clones que los ninken creaban para ayudarle a entrenar.

Sin embargo y ante sus ojos, solo estaba la figura del hombre de cabellos canos, con sus ojos oscuros, profundos y adormilados y una pequeña sonrisa. Y cuando Iruka quiso darse cuenta ya era tarde, el golpe certero parecía a milímetros de caer pesado sobre el hombro izquierdo del exANBU de manera inevitable, cuando el efecto de retroceso por parar el golpe fue sentido en las muñecas del moreno. Una mano amplia y pálida se había cerrado en torno al borde inicial del bö, deteniendo su avance de manera inmediata.

Durante unos segundos, la memoria de Iruka se dirigió a la última vez que había vivido algo similar: el Ataque de Pain. Aquel momento en el que Kakashi le había salvado la vida de una manera muy similar a la situación en la que se encontraban casi diez años después, vivos y compartiendo sus caminos. La vara de madera había quedado parada a unos pocos centímetros del hombro izquierdo del ninja copia, y consecuentemente a poca distancia de la taza de café humeante, mientras su mano derecha sostenía con fuerza el arma. En un movimiento rápido y cotidiano, sin soltar el bö de ninguno de los dos extremos, el más veterano de los shinobis se inclinó ligeramente travieso robándole un tímido beso a los labios carnosos y apetecibles del hombre frente a él, que lo miró todavía más confuso antes de protestar:

El sabor de la felicidadWhere stories live. Discover now