VII. La vida sigue

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Kakashi Hatake suspiró hondo, pelando la parte blanca de la mandarina con cuidado mientras Naruto y Shikamaru hablaban sobre el plan de contingencia sobre los nuevos fondos para el ANBU

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Kakashi Hatake suspiró hondo, pelando la parte blanca de la mandarina con cuidado mientras Naruto y Shikamaru hablaban sobre el plan de contingencia sobre los nuevos fondos para el ANBU. Sai, sentado en el sofá junto a él; lo observaba con curiosidad, sobre todo cuando aquellos ojos inteligentes, cansados y veteranos abandonaron la tarea de sus manos y se centraron en las marcas diminutas en el borde de la mesa, donde las manos de Iruka habían forzado la superficie en su desesperación orgásmica hacía algunos años. El ex Hokage notó como las mejillas le ardían de repente, y dio gracias a los cielos por llevar su famosa mascarilla cubriendo su rostro, mientras los recuerdos del cuerpo bronceado del Director estampado sobre la mesa (que en aquel momento estaba sosteniendo los codos de Naruto que suspiró cansado frente a la pantalla del ordenador), se agolpaban sin aviso en su pervertida imaginación alimentada por unos recuerdos igual o más sucios. El Hatake sonrió para sí, y dejando la mandarina pelada sobre la servilleta en la mesa, partió los gajos en silencio para dárselos uno a uno a Himawari que estaba merendando sentada sobre su regazo mientras los tres ninjas que actuaban de consejeros ayudaban a su padre a tomar una decisión. Y la sonrisa sincera que se dibujó en su mascarilla al darse cuenta de que

Iruka volvería pronto del trabajo aquella noche se mantuvo en su rostro hasta que; efectivamente, el ex maestro entró por la puerta de su residencia y él terminaba de arropar a Himawari y Boruto que se habían quedado a dormir en el complejo Hatake por que sus padres le habían pedido al chunin y su novio una noche para ellos dos. Y aunque le recibió vestido con el uniforme debajo del delantal, el beso que los labios carnosos del Director de la Academia le pareció lo más apetecible de cualquier cena que hubiera podido preparar, sabiendo que desde que había renunciado a su puesto como Hokage tenía todo el tiempo del mundo para dedicarlo a lo único que merecía la pena: el brillo salvaje y enamorado de aquellos orbes de avellana en los que pensaba perderse para el resto de la eternidad, es decir, la mirada enamorada y hermosa del no tan joven Director Umino. 

El sabor de la felicidadWhere stories live. Discover now