28. Entre el dolor y la desesperanza.

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Raymond.

No puedo expresar con claridad, cuanto me duele verla ahora, ver la forma en que sus ojos miran alrededor, buscando algo y perdiendo la fe en encontrarlo, ver su postura encorvada y sus labios apretados. Me duele ver lo hundida y devastada que ella está. Porque incluso aunque intenta ser fuerte y no llorar, asumo que debió llorar un poco cuando fue al baño, porque sus ojos están rojos y levemente hinchados. Las personas a su alrededor no lo notan porque están pensando en su propio dolor, pero yo lo noto, siempre la noto, a pesar que ella no crea que es de esa manera.

Sus ojos han perdido esa chispa que la caracterizan, no hay ese destello de pasión en sus ojos avellana y sus movimientos siempre rápidos y agiles, ahora son lentos y calculados, como si temiera dar un paso en falso y al mismo tiempo, no sabe exactamente a donde ir. Lo cual es un poco preocupante, porque parece ser solo piel y huesos, no hay vida dentro de ella, no hay nada más que dolor en esos ojos avellanas que siempre han sido tan expresivos y cuentan todas las historias que los labios de Atenea callan. No recuerdo conocer antes, alguien con unos ojos tan expresivos como los de Nea, pero creo que se debe a que no me he fijado antes en los ojos de los demás, al menos no, de la forma que lo hago con sus ojos. Por otra parte, nada de ella es como los demás, Atenea Montenegro, es única.

El recuerdo de lo que sucedió días antes viene a mi mente, y por más que intento apartarlo, este se filtra con fuerza dentro de mi cabeza.

Me sorprendo al ver el identificador de llamadas y ver la foto de Atenea.

—Nea...

—¿Puedes encontrarme en el apartamento de Andrea? Algo pasó, no sé lo que es, pero Paulina sonaba mal e intenté llamar a Miguel, pero no contesta.

—Sí, por supuesto, iré ahí.

Ninguno de los dos agrega nada más y ella termina la llamada.

No me toma mucho tiempo llegar al apartamento de Andrea, porque mi loft queda más cerca de ahí, que el apartamento de Atenea, es por eso que cuando yo llego, me toca esperar a Nea por unos pocos minutos. Cualquiera que sea el problema, Nea tiene que pensar que es algo muy malo, porque está vistiendo una camisa holgada y unos leggins azules de esos que ella utiliza para andar en casa.

—No quería molestarte, pero no suelo ser buena manejando ciertas situaciones.

—No es una molestia.

Ella me da una mirada que me dice todo y nada al mismo tiempo, antes de indicarme con su mano que la siga.

La puerta del apartamento está abierta y hay un silencio ensordecedor en el lugar, tan fuerte que resuena en los pasillos. Cuando entramos, nada luce fuera de lugar, excepto Paulina, que está sentada en medio del sofá blanco con los codos sobre sus rodillas y la ropa manchada de sangre.

—Llegué tarde —murmura ella con voz ronca y rasposa.

Se frota las manos una contra otra con fuerza para intentar eliminar las manchas de sangre que aún persisten en ellas, y cuando se da cuenta que es inútil las golpea contra sus muslos llena de frustración.

—Llegué muy tarde.

Atenea parece que se ha quedado en shock al ver a Paulina, pero al mismo tiempo, su mente parece ir a cámara rápida y toma todo lo que tiene para reconstruir el posible escenario de lo sucedido, y cuando su mente hace clic con todo, el horror es evidente en sus ojos.

—Mae se fue con ella, yo no pude ir.

Tomo la mano de Nea y le doy un suave apretón para devolverla a la realidad, ella parpadea muy rápido antes de enfocar sus ojos avellana en mis ojos verdes y asentir lentamente para hacerme saber que ha vuelto en sí, después, ella toma aire y da unos pasos lentos hacia Paulina, que ni siquiera nota lo que está pasando alrededor de ella. Finalmente, Nea se sienta junto a Paulina y estira sus brazos para abrazar a su prima, Paulina gira su rostro hacia Nea y sus ojos se llenan automáticamente de lágrimas y empieza a llorar, y sollozar en los brazos de Atenea.

No seremos ese ClichéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora