11. Románticos desesperados

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No te enamores de mí —me dijo Raymond.

No era una advertencia o una solicitud, solo una aclaración de lo que no debía hacer, casi sonó como una petición, casi, pero no. Me pregunto si ha tenido que decirle lo mismo a otras personas o si se arrepiente de no haberle advertido a alguien que no debía enamorarse de él, y lo más probable es que sea así, porque sus palabras no salieron de la nada, algo dentro de él y de su pasado lo motivó a decirlas.

¿De quién está enamorado? —me pregunto—¿Es la misma mujer de la que habló el día de San Valentín?

Después que él me dijo eso, me repetí que no me debo obsesionar con ese tema, que no debo darle importancia y solo escucharlo, verlo como un amigo, exactamente como lo he visto hasta ahora. Que ya tengo suficiente drama en mi vida como para agregarle un poco más, pero mi curiosidad innata está burbujeando dentro de mí en busca de respuestas a esa incógnita, con querer saber más sobre Raymond Larson y sé que no será difícil porque gran parte debe estar en internet y con un solo clic podría saber un poco más sobre su pasado, pero yo soy una de las personas que no me gusta que me juzguen por aquello que dice internet de mí, independientemente si es algo bueno o malo. Porque quien escribió eso no me conoce y si alguien quiere saber algo sobre mí, fácil, solo debe preguntarme y tal vez Raymond sea igual que yo.

—Oye, Leo, ¿qué sabes sobre Raymond Larson?

Leo levanta la vista de los papeles que está leyendo y se mueve en el banquillo para quedar frente a mí.

—Asumo que te refieres de forma personal y no sé nada, de su vida profesional sí, pero eso no te interesa. ¿Por qué lo preguntas?

Tomo otro banquillo y me siento frente a Leo.

—Me dijo que no debo enamorarme de él.

—¿Y cuál es el problema con eso? ¿Acaso te quieres enamorar de él?

—No, solo me dio curiosidad de porque lo dijo, que pasó que lo hizo decirme eso. No habla mucho sobre su pasado, aunque tampoco es que seamos ya íntimos amigos y nos contemos todo, pero es muy reservado sobre algunas cosas y eso me intriga un poco.

No puedo evitar sentir curiosidad, ser curiosa es parte de mi personalidad, Miguel dice que eso solo se intensifico cuando decidí ser arqueóloga, donde me veo motivada a guiarme por mi instinto y curiosidad.

—Recuerda que la curiosidad mató al gato, Atenea.

—Yo no soy un gato y si lo fuera, me quedarían otras seis vidas. ¿Crees que debo preguntarle por qué me dijo eso?

—No, pero te conozco, al final harás lo que tú quieras.

Él tiene algo de razón en eso.

—Te agrada ¿verdad?

—Sí, me agrada, pero no pienses mal, solo como amigo.

—Lo que tú digas, Ate, lo que tú digas. Cambiando de tema, ¿ya hablaste con tu papá? No se veía muy contento.

Frunzo un poco los labios ante la mención de mi padre.

—No, aun no hablo con él, lo estoy evitando todo el tiempo que pueda.

Lo hago casi por instinto de supervivencia, es algo que he hecho siempre.

Fuera de mi oficina, el resto del museo está medio oscuro, casi todos ya se han ido a casa a excepción de unos pocos trabajadores que aún siguen en sus oficinas y el guardia de seguridad que está recorriendo los solitarios pasillos.

Yo recuesto mi espalda contra la pared que esta frente a la oficina de mi padre, reuniendo un poco de valor para poder entrar y escuchar el regaño que estoy segura que él me va a dar.

No seremos ese ClichéDonde viven las historias. Descúbrelo ahora