CAPÍTULO 3: Salir del pozo

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Dedicado a @lectorsolitario_ 

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Scott

Los latidos de mi corazón resonando por todo mi cuerpo, haciendo que cada movimiento por duro que parezca valga la pena, erizando todos y cada uno de mis bellos a medida que una carcajada más bien malévola sale del interior de mis pulmones. Esa sensación tan conocida me recorre las venas, acelerando mi respiración de tal forma que dudo que mi pecho la aguante, como si en cualquier momento pudiera explotar sin emitir el más mínimo sonido.

La cancha está llena de soldados en formación, la mitad de los cuales se encuentra tirada en el suelo retorciéndose de dolor a mi costa. Sin embargo, todavía falta abatir la otra mitad, que se encuentra con los puños apretados y la mirada fija en su objetivo. Es decir, en mí.

Desde que me volvieron a admitir en La Liga, cada día estoy sometido a entrenos durísimos junto con los demás aspirantes a soldados que, al finalizar el año, deberán hacer un examen para definir su futuro. Tan solo hay dos opciones y, definitivamente, no hay escapatoria en ninguno de los dos casos. Primero, puedes decidir ser un lameculos aburrido y hacer todo lo posible por lavarte el cerebro y poder obedecer al Consejo en todo lo que diga, es decir, formar parte de La Liga. En cambio, la segunda opción, es un poco más... entretenida. Después de vivir un duro período de selección, en el que los veteranos y miembros del Consejo deciden si puedes formar parte del ejército, si eres echado eres, simplemente, relegado a otras funciones. Aunque, para ponerlo en mejores y más claras palabras, te matan escondiendo tu cuerpo, tu legado, tu herencia, tu pasado y tu futuro, en un oscuro foso sin salida.

Este año hay muchos más reclutas nuevos que en los anteriores, y eso es probablemente gracias a que, desde el escape de Isa, el Consejo decidió trasladar todos los prisioneros con un mínimo de capacidades a las instalaciones de los soldados de primer año. A todos los demás, obviamente, los mataron al instante, en una carnicería que conseguiría espeluznar a cualquiera con un cuarto de corazón.

Aunque siempre he odiado todo lo relacionado con el Consejo y sus estúpidos planes para controlar a los sobrenaturales, tengo que admitir que los entrenamientos para guardias son lo mejor que hay en este planeta de mierda. Cada día, durante cuatro horas, varios entrenadores exprimen al máximo nuestras capacidades físicas y emocionales hasta que ya no podemos más y, al llegar el viernes, nos juntan en una cancha de batalla bastante estrecha para que peleemos sin poder usar nuestros poderes a medida que ellos analizan nuestro progreso.

Y, joder, tengo que admitir que es la puta ostia.

Puede que suene algo masoquista, pero ir rompiendo mandíbulas de aquí para allá, dando puñetazos sin ni siquiera saber qué cara estoy golpeando y lanzar cuerpos unos sobre otros; consigue limpiar mi alma y ayudarme a encontrar la paz interior.

Es broma, esa mierda de la paz interior se la dejo para las locas que intentan ver el futuro en bolas de cristal y cosas raras.

Lo único que sé es que, una vez que me meto ahí, siento cómo la adrenalina se reúne bajo mi pecho; golpeándolo para poder salir disfrazada de ira. Siento una descarga eléctrica, un subidón tan jodidamente adictivo que, una vez lo pruebas, es muy difícil no querer más.

El miedo en sus ojos me hace reír, se supone que van a ser soldados, no damiselas en apuros. Incluso Isa, que durante los primeros días parecía una oveja rodeada de lobos, tenía más huevos que todos estos soldados juntos.

En un par de minutos, la otra mitad de aspirantes se encuentra tirada en el suelo, junto con los demás que se han rendido a los cinco minutos de empezar la batalla. Con cierta precaución de no ensuciar mis zapatos con la sangre de cualquiera de estos palurdos, camino por la cancha mostrando mi sonrisa de suficiencia al mundo, sobre todo a esos que escupen cuando paso en señal de rebeldía.

ASTHOR, EL PLANETA ESCONDIDO #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora