5. Lejía en el río

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Cada día que pasaba los niños recordaban en algún aspecto a su madre, en especial Eainey; en cada acción veía a la mujer enseñándole años atrás, la veía hablando tranquilamente e intentando que aprendiera las labores hogareñas, la chica la recordaba incluso en la calle.

El camino de su hogar al río no era muy largo, solamente tenía que bordear algunas calles y seguir caminando hasta atravesar una parte del pueblo y unos cuantos arboles hasta llegar al lugar donde más actividad femenina había a esas tempranas horas del día.

Su madre le había enseñado que ni siquiera era necesario que conociera el lugar exacto ya que pasando la última casa del pueblo el sonido del agua, el bullicio y los cuchicheos la guiarían sin ningún problema al lugar donde las aguas corrían libremente. Y ella tenía razón, ni siquiera tuvo que salir de la calle para escuchar claramente el ruido que provenía del lugar donde le pareció que todas las mujeres del pueblo a esas horas lavaban la ropa. Siempre le había sorprendido la capacidad que tenían para encontrar un tema de conversación diferente cada vez. No se conformaban con los sucesos más importantes del pueblo, ni siquiera del reino, sino con cada una de las vertientes de estos, con detalles que a ella le habría parecido que no tenían ninguna relación siquiera con Ixzomao, mucho menos con sus habitantes. Pero las personas parecían disfrutarlo, como si de algo muy importante se tratara.

Eainey se preguntó cuál sería en esta ocasión la buena nueva y cuales serían todas los detalles no contados que extrañamente todas conocieran y se compartieran a las orillas del río mientras quitaban la suciedad de la ropa.

Siguió andando hacia la fuente del sonido, con su hermana a su lado, Eainey llevaba una canasta con ropa en las manos, mientras que su hermana cargaba una barra de lejía en las suyas y la seguía de cerca. Así salieron del pueblo y se acercaron al río, la joven se sentó en una orilla mientras saludaba a las mujeres que se encontraban a su alrededor con una pequeña sonrisa, conocía de vista a unas cuantas, una de ellas trabajaba en el mismo taller que Eainey, aunque era una de las costureras de confianza de madame Abrego, lo que no era Eainey (por ser demasiado joven), así que solo unas cuantas veces habían intercambiado unas cuantas palabras, le había dado unos cuantos consejos sobre cómo usar la aguja y eso había sido todo, de todas formas a la chica le parecía una persona serena y amable.

Luego de observar a las mujeres por un segundocomenzó a lavar la ropa.

Eainey debía enseñarle a su pequeña hermana a hacer aquella tarea, pues no podía evitar que tan solo unas dos semanas después la niña se vería obligada a hacerlo en su lugar, debido a que era mujer. Eainey se preguntó con extrañeza si Alina hubiese sido la más pequeña, y hubiese tenido los seis años que tenía Johan, también habría tenido que ocuparse de esas cosas sin ayuda. Su madre le había enseñado a ella solamente unos dos años atrás todo lo que debía hacer con muchos detalles, anteriormente a pesar de que la acompañaba a muchos lugares, aun así podía solamente mirar y aprender, pero no necesitaba aplicar sus conocimientos, su madre le había permitido que la ayudara solamente en la medida de lo que quisiera. Le habría gustado hacer lo mismo con Alina, permitirle observar, pero no dejarle todo a ella aún.

Sacudió la cabeza intentando librarse de sus pensamientos, de igual forma que sabía que estando allí tendría que casarse pronto, también tenía que aceptar que su hermana tendría que ocuparse de muchas cosas en su hogar cuando ella no estuviera. No solamente de lavar la ropa.

Hizo que su hermana se sentara a su lado y le mostró la forma en la que su madre le había enseñado a tallar la ropa, teniendo cuidado en las partes delicadas y en otras no tanto, dándole unas ciertas pasadas con la lejía, lo suficiente para no desperdiciar, pero tampoco para que quedase sucia. Luego exprimió la ropa con cuidado y su hermana fue tendiéndola sobre un arbusto cercano a allí. Entonces dejó que su hermana también lavara junto a ella mientras la chica seguía en lo suyo. Fue en ese momento cuando comenzó a prestar más atención a las conversaciones ajenas que le era imposible ignorar debido al volumen de voz que usaban sus vecinas.

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