2. La tenue luz de una vela

10 2 0
                                    


El bullicio matutino en las empedradas calles fue acrecentándose conforme el sol se ponía en lo alto del cielo. Los incesantes compradores se acercaban a los toldos y puestos del mercado en busca de los productos más frescos y accesibles que fuesen posibles de encontrar esa mañana, las avenidas eran transcurridas por gran cantidad de personas de ropajes sencillos, al igual que gran cantidad de vendedores con diferentes estilos. En el lugar se podían conseguir desde frutas frescas recolectadas al amanecer, hasta (si se buscaba bien) productos extraños y de origen desconocido: junto a la pared anaranjada de la pequeña casa del zapatero un hombre vendía pequeños animales con los colores del cielo y la tierra; y más adelante, sin muchas intensiones de pasar desapercibida, una mujer vendía una que otra opción cuyo color y olor eran más bien dudosos, pero prometía que al surtir efecto, lo que menos importaría sería el aspecto de los enjurges contenidos en aquellos francos.

Amice caminó abriéndose paso por entre la gente con un poco de brusquedad, miraba a los vendedores de objetos no comunes con el ceño fruncido y descarada negación mientras seguía adelante por el abarrotado camino, que de no haber sabido que era un mercado, cualquier forastero podría haber creído que se trababa de alguna especie de fiesta o congregación por algún anuncio de la realeza, aunque no era así. Era común que los días de mercado aquella calle estuviese abarrotada de gente al medio día, aunque ciertamente no era un fenómeno que durase mucho tiempo, ya que apenas un rato después comenzarían a terminarse los productos y la gente comenzaría a disminuir por lo mismo, pero la joven no podía esperar hasta entonces, de forma que sujetaba sus faldas en su intento de correr, aunque no le era posible por lo concurrido del lugar.

Maldijo a una mujer que se atravesó en su camino con un niño tomado de la mano y que jalaba testarudamente a la señora hacia un vendedor de frutas de colores brillantes y bastante apetecibles. Cuando Amice vio la razón de su insistencia, se le hizo agua la boca, pero también aumentaron sus ganas de sacarle la lengua al niño por hacerla perder el tiempo y además querer gastarse el dinero que tenía en algo que no necesitaba. Siguió andando por la calle con prisa y ahora también hambre, hasta que, después de haber caminado por varios minutos más, llegó a un puesto con toldo de un descolorido color gris, se acercó y sin saludar al tendero, tomó uno de los listones que exhibía.

—Buen día señorita— dijo el vendedor aclarándose la garganta mientras se ponía de pie.

—Buen día— respondió ella con aire concentrado, tomando varios rollos de listones en sus manos— hoy llevaré estos— dijo tendiéndole media docena de cintas de distintos colores.

El joven vendedor apenas pudo sostener los rollos, que ella tan bruscamente depositaba en sus manos sin la menor consideración.

—Bien— contestó mientras comenzaba a buscar un espacio donde dejar un minuto los listones y poder enrollarlos bien para entregárselas a su cliente.

—No, no, no— interrumpió la chica— démelos — dijo con intensión de quitarle los rollos al hombre — oh, sí, espere, tome — dejó varias monedas en la tabla que servía a modo de mesa justo cuando el joven estaba a punto de darle los listones— debo irme— le arrebató sus compras y salió disparada del lugar.

El vendedor la vio alejarse por la ajetreada calle y se preguntó esta vez que traería tan apresurada a su joven cliente.

La chica de nuevo se abrió paso por entre la multitud de personas con extremado trabajo, pero no se alentó y aunque chocó unas cuantas veces con algunas personas, logró llegar entera al pequeño taller unas cuantas calles después. Se paró frente a la puerta frunciendo el ceño, sin posibilidad de abrirla por sus propios medios y negó con la cabeza.

Daga de PlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora