Capítulo 21

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El rubio del callejón, Samuel se incorpora apenas con una mueca cansada

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El rubio del callejón, Samuel se incorpora apenas con una mueca cansada. Le veo levantarse con la misma cara. —¿Qué podrás hacer? me han dicho que no tengo cura alguna.

Frunzo el ceño. —Estás infectado, una cicatriz de demonio, con un hechizo de curación es suficiente, quien sea que te haya dicho que no tenías salvación, le servías muerto.

Sus cejas se alzan y la expresión de desconcierto en grande, pero no reparo tanto en ello sino en su semblante mortecino. —Quédate quieto, puede que te duela un poco. —Entonces concentro mi energía como si fuera mi propia sangre corriendo por las venas, estoy agotada si, pero una parte de mi me pide ayudarle.

Así que cuando la energía cegadora y de brillante color verde emana de mí, el pensamiento que repito es de salud, es la eliminación de la sangre demoníaca en su cuerpo, del rastro del mal que habita en él.

Su piel que yacía opaca, retoma el rubor de la sangre corriendo, sus ojos de tornan de un tono azul incluso más claro, que me deja impresionada por segundos, casi tan transparente como brillante, para cuando termino, ambos caemos al suelo, semi apoyados en paredes distintas. Yo drenada de magia y él vomitando sus interiores como si estuviese siendo víctima de una mala digestión.

—Efecto secundario. —Le digo, sosteniéndome del ladrillo del callejón, el olor a basura y azufre es muy fuerte. —Te sentirás algo enfermo mientras se va de tu organismo, pero, del resto estarás bien. No morirás.

El rubio me mira como si fuese una santa y yo frunzo el ceño porque, nadie nunca me había visto así, como si fuera algo genial. Pasando el dorso de su mano por los labios cae en realización de algo.—Me salvaste la vida.

Me encojo de hombros, tratando de restarle importancia. —Solo quise ayudar.

Él abre la boca para decirme algo más pero somos interrumpidos por el sonido apresurado de pasos al trote, trato de cuadrarme alerta, ocultándome por entre los escombros de basura en el callejón, pero la verdad no logro hacer mucho, estoy sin nada de fuerza.

Las sombras que se ven en la esquina son las de un hombre y una mujer, poco tiempo me toma reconocer los hombros anchos del Ángel de la muerte.

Azzio sostiene a Alessia de ambas mejillas, mirándola con una adoración que lastima, y al desviar la mirada a Samuel, me doy cuenta que no soy la única afectada por la escena. —Por favor, déjame ir solo.

Ella niega. —No, no te quiero dejar ir. Después de todo lo que ha pasado hoy me rehuso a que te pueda ocurrir algo a ti también.

—Deja de ser tan testaruda y hazme caso. No te quiero en más peligro.

Ruedo los ojos. Azael siempre se encuentra dando su vida por esa idiota. —¿Crees que estaré más segura sin ti?

Ángel Blanco: El Llamador ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora