Gracias

0 0 0
                                    

Te conocí desde antes que tuviera sentido mi existencia, antes de sentir las caricias de la flor y las confusiones de la adolescencia.

Mi primer ángel, mi primer candor, mi primera historia. Tu silencio estremece y tu calma inquieta.

Me enseñaste a admirar el murmullo del arroyo y el crujir de la hojarasca.

Y así como de repente apareciste en mi escenario y te robaste el protagónico, también de pronto volaste y, como las aves, detrás de ti no quedó rastro.

Mientras tus ojos aún veían, su luz jamás se extinguió, fuiste sólo la víctima cruel de un mundo despiadado.

Por ti levanté la vista y me animé a caminar sobre las olas en lo más recio de la tempestad.

Pero a pesar de que tu constancia me abrió los ojos y pude mirar las montañas que rodean nuestro ruidoso valle, nunca pude prever que tantos días soleados sólo significaban la premura del huracán.

Despegaste del suelo, tomaste ritmo a las nubes y te despediste con una sonrisa, diciendo que pronto nos veríamos de nuevo. Luego, la distancia hizo de las suyas y nos separó por tal longitud difícil de recorrer a la velocidad de la luz y muy fácil con una decisión y algo de valentía.

Confíe que regresarías, pero más bien me decías que te ibas sin retorno, sólo aguardando a que yo te alcanzara.

Fuiste mi ayuda, mi salvación. Cuando no sabía a dónde ir, tu seno era mi refugio.

Estoy seguro de que puedo vivir sin ti, porque me preparaste desde siempre para este momento, pero no quiero.

No te daré las gracias aún. Sé que debe haber otra forma de terminar este libro, que nuestro autor es compasivo, que tiene más herramientas que solo el silencio.

Por favor, no desesperes. Voy a buscarte, a encontrarte.

Nad-ari noeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora