Prólogo

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—Estoy orgulloso de ti, Richard

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—Estoy orgulloso de ti, Richard.

Ahí estaba lo que creyó que escucharía sólo en sueños: Bruce reconociendo que había hecho un buen trabajo, diciéndole de corazón que se enorgullecía de su primer hijo adoptivo. También estaban las felicitaciones sinceras de Tim y el extraño apoyo de Jason. No lo has hecho mal, le dijo, y a decir verdad con eso le bastaba. Sabía que él no era de muchas palabras.

Abrazó a sus hermanos —porque eso eran; ¿qué más daba la genética?— y les agradeció profundamente sus buenos deseos.

Sonrió con ternura y gratitud, sintiéndose aún más querido cuando ambos lo abrazaron y palmearon tan cariñosamente incluso ante la atenta mirada de su padre. Apreciaba mucho tenerlos en su vida.

En medio de su felicidad familiar, por un momento, despegó los pies de la tierra. Entonces vio cómo su tercer hermano, luciendo un traje tan elegante como costoso, se hizo lugar entre los demás para acercarse. Aquella piel apiñonada relució bajó la luz natural que alumbraba la mansión.

Dick se paralizó cuando Damian lo miró.

Con una mano sosteniendo su copa y la otra dentro de su bolsillo, su elegancia se hacía notar. Tenía porte y presencia. Inevitablemente todos lo miraron.

—Bien hecho, Grayson —le dijo con una media sonrisa en el rostro. Un simple gesto que bastó para hacerlo sentir indigno de todos esos halagos y felicitaciones.

No había razón para felicitarlo.

Su corazón se había acelerado furiosamente al recibir esa pequeña mueca ladina de alguien a quien muy poco se le veía sonreír. Su gesto había sido sincero y eso había hecho feliz a Dick, lo cual estaba mal. Terriblemente mal.

Después del gran banquete que se organizó para celebrar su entrada al cuerpo de policías, se disculpó con sus amigos y un preocupado Tim que le preguntó si estaba bien. Él, amable, le respondió que sentía un fuerte dolor de cabeza y que se iría a recostar un rato.

En ese momento no le importó dejar a sus invitados en la fiesta, porque realmente no tenía ganas de seguir allí después de lo que había pasado con Damian. Podía parecer algo insignificante o absurdo, pero para él había tenido tal importancia que hasta le provocó náuseas al comer. Simplemente estaba molesto consigo mismo, asqueado. Le había suponido mucho esfuerzo corresponder con una sonrisa a todos esos brindis que halagaban lo buena persona que era y remarcaban todo lo bueno que merecía. Como si un enfermo como yo pudiera merecer algo.

Subió las escaleras a paso lento, maldiciendo el no poder sacarse de la cabeza la imagen de Damian mirándolo desde el otro lado de la mesa. Cada día se volvía más difícil reprimir los pensamientos que llegaban sin permiso.

Durante la comida intentó distraerse en las pláticas de la gente a su alrededor, pero ¿cómo podía si cada que volteaba descubría que su hermano no paraba de mirarlo?

Y esos ojos. Sus ojos, maldita sea.

Tenían el hipnotizante color de la esmeralda junto con ese arrogante y seductor brillo. En conjunto con su color de piel y sus cejas, su mirada se volvía más intensa e irresistible y difícil de ignorar. Era injusto. ¿Por qué algo tan sencillo como su mirada tenía que complicarle más las cosas a Dick?

Tomó un par de pastillas del buró de su habitación y se puso la pijama, agotado. Quería dormir y no pensar más.

Pensar era complicado. Asumir cosas también. Lidiar con esa resignación que su mente catalogaba como correcta y, a la vez, por otro lado, su corazón oponiéndose a gritos porque la consideraba innecesaria. Y la rebeldía lo sentía como un castigo, pero el miedo creía que era lo mejor... Ese cúmulo de emociones contradictorias hacían que le doliera el pecho.

Era realmente duro ceder ante la vida, decir «sí» sin más y aceptar lo que no quería aceptar. ¿Así sería en el trabajo? No, seguro que no. Las cosas sólo eran así de complejas cuando involucraban a la bolita de odio. Por cierto, ¿de dónde había salido ese apodo? ¡Genial! Ya estaba divagando.

Decidió tranquilizarse. A fin de cuentas era inútil y desgastante ponerse a pensar en ello. Era un tema prohibido sin resolución, algo que debía dejar al aire, porque no estaba bien enamorarse de un miembro de la familia. Si era seis años menor y alguien totalmente fuera de alcance, el asunto se tornaba peor.

Dick se acomodó sobre el colchón con pesar y la mirada perdida. A los pocos minutos, cayó rendido y dejó de pensar en Damian.

 A los pocos minutos, cayó rendido y dejó de pensar en Damian

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Inoccent 「DickDami」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora