Damian había tomado su decisión. Bueno, algo parecido.
Sorpresivamente, las palabras de Jason calaron en él. Y sorpresivamente porque su criterio era tan propio que muy rara vez las palabras ajenas lo afectaban. Para bien o para mal, eran contadas las ocasiones en que había tomado un consejo por voluntad propia. ¿Quién iba a imaginar que acabaría aceptando palabras de consuelo de Todd? Sonaba ridículo.
Pero así fue, y ahora no podía dejar de dar vueltas en su cama. Pensaba y pensaba y todo lo de la noche anterior tenía sentido. Trataba de no verla, pero la conexión estaba ahí. El desenlace fue claro: Richard había renunciado a él.
Dolía, claro que dolía.
Tuvo todo en bandeja de plata, las libertades, los privilegios, a Damian entero y dispuesto y aun así escogió rechazar la oferta. ¿Qué falló? El pecho se le estrujaba de pensar en las tantas opciones que existieron para ellos, cuántos caminos de posibilidad, que al final no importaron una mierda pues su querido amor prefirió tomar aquel que no llevaba su nombre.
Y pensar que había puesto tantas esperanzas, prácticamente su vida entera en ello. En él. En ese soñado nosotros.
Aún no renunciaba del todo a la idea, pero ya no sabía qué más hacer. Estaba olímpicamente atorado en esa partida de ajedrez. Daba igual qué piezas moviera o cuántas estrategias usara, si su contrincante dejaba a un lado el tablero y se negaba a darle un final justo al juego, acababa todo. No era su decisión.
Y para él, alguien a quien le enseñaron a jamás rendirse, aceptar un final era más que duro. Seguía asimilándolo.
Se despertó sintiendo un dolor de cabeza fastidioso, pero soportable. Supo de inmediato que se trataba de la famosa resaca, pero él aguantaba más que eso, mucho más, así que se paró de la cama con normalidad. Se dispuso a bajar al comedor como de costumbre y luego se dio cuenta de que, de hecho, no tenía ganas de desayunar.
Además, si salía de su habitación, corría el riesgo de encontrarse con él.
No sabía cómo podría encararlo en esas condiciones. No podía predecir su propia reacción, si querría abrazarlo o apuñalarlo, y le asustaba no tener el control de las cosas.
Se sentó nuevamente sobre la cama, rendido. Pasó sus manos por su cara con enojo acumulado. Ni siquiera tenía hambre, pero no por nada tenía un doctorado en medicina desde los siete años y sabía de sobra el daño que hacía no ingerir alimentos en la primer media hora después de despertar. Y si no quería las paredes de su estómago destruidas, tenía que comer algo.
Odiaba pedir favores, pero no tuvo que pensar demasiado para tomar su celular y enviar un corto pero conciso mensaje al hijo de Superman.
Ven a la mansión, te espero en mi habitación. Trae comida o no entras.
Y como no podía ser de otra forma, no pasó mucho rato para que se escucharan los ligeros golpecitos de nudillos en la ventana junto a esa estruendosa voz que casi lo hizo arrepentirse en los primeros segundos de haberlo invitado.
—¡Hola, Damian! —saludó con alegría antes de hablar—. Qué sorpresa que llamaras. ¿Cómo te sientes? Me quedé preocupado por ti ayer.
Sí, era obvio que tendría que soportar las incesantes preguntas porque, para desgracia suya, el kriptoniano no sabía mantener la boca cerrada. Y aunque a veces podía ser cruel y callarlo con brusquedad, en esos momentos no se sentía ni con las ganas. Su lado cuerdo también sabía que sería extremo hacerlo ir hasta allá —aun cuando la alimaña esa volaba— para recibir sólo gritos y quejas.
Ya había tenido suficiente estrés la noche anterior. Necesitaba paz.
—Despreocúpate, Kent. Estoy bien. Perfectamente.
La mueca seria que puso al decirlo no terminó de convencer a Jon, aunque él realmente nunca estaba seguro de qué sentía su amigo. Optó por no insistir más. En su lugar, sonrió y comenzó a sacar la comida china de las bolsas que había traído para comer juntos.
De todos modos, Damian siempre tenía cara de querer matar a todos.
—Traje esto, ten —dijo y le pasó su comida. Eso podría ponerlo de mejor humor—. ¿Quieres que comamos en silencio?
Damian asintió, masticando. Jon hizo lo mismo para indicar que entendía.
Pasaron algunos minutos sin hablar, tantos que Damian, con lo pensativo que estaba ese día, por un momento se preguntó por qué Jon hacía todo eso por él. No era que fuese a obtener algo a cambio, ni siquiera una buena actitud de recibimiento de su parte, y sin embargo ahí estaba: cariñoso, puntual y atento muy a pesar del mal trato del día anterior. Sin importar cuántas veces lo alejara o lo tratara como no se merecía, seguía ahí. Y cada uno de sus cuidados eran auténticos y bienintencionados. ¿Por qué? Solamente motivado por su afecto, era capaz de mucho.
Y no le pesaba. Se veía que no le pesaba quedarse... Así como a él nunca le pesó quedarse por Richard.
Maldijo que todos sus pensamientos lo llevaran a él.
Quería arrancarlo de su mente, hacer a un lado todo ese dolor tan mundano y humillante que estaba sintiendo. Richard ni siquiera estaba ahí y con toda seguridad tampoco lo estaba pensando, pero él, aun teniendo enfrente a Jonathan Kent, no podía prestarle atención por estar con el nombre de Grayson dando vueltas en su cabeza.
¿Era injusto? Probablemente. ¿Podía evitarlo? No, nunca. Y para como pintaban las cosas, tal vez jamás lograría sacarlo de su mente.
—Gracias por acudir a mí, Dami —dijo Jon con voz suave, sacándolo de su trance—. Me alegra estar aquí.
No es que la palabra acudir le hubiese gustado, pero esta vez se enfocó más en el mensaje que quiso darle el hijo de Superman. Estaba... agradecido. Sólo por pasar tiempo con él.
No dijo nada. Alzó la vista de su comida para encararlo, sonriente como siempre y con ese candor infantil en la mirada. Su nariz redonda, sus pómulos coloreados, su dentadura perfecta. Su piel perfecta. Su cabello perfecto. Su forma tan perfecta y dulce de tratarlo.
Jon era un ángel.
Solo en ese momento, viéndolo tan de cerca, se preguntó por qué no pudo sentir algo por él en lugar de Grayson.
Era ideal. Él le daba, sin condiciones, todo lo que Damian llevaba tiempo deseando obtener de su hermano mayor. Él no se escondía, él gritaba su afecto a los cuatro vientos y lo demostraba en cada oportunidad que tenía. Él era el tipo de persona que obedecía a su corazón y no a los pensamientos estúpidos. Si tan solo hubiese sido él por quien Damian sintiera algo, todo sería tan bueno.
Supongo que me gustaba más la idea de complicarme la vida con el imbécil de Richard.
Tal vez, él no fue hecho para cosas buenas.
Ni fáciles. Por más paciencia y empeño que invirtió en su relación con Dick, las cosas terminaron antes de siquiera comenzar realmente. Y no fue su culpa. Él tenía mucho más que dar, pero no le fue permitido. No pudo terminar de luchar.
ESTÁS LEYENDO
Inoccent 「DickDami」
FanfictionTodo el mundo tiene altas expectativas sobre el buen Richard Grayson. Su familia, sus amigos. Él es la persona en la que todos confían sin dudar, pero ¿qué pensarían si se enteraran del insano amor que siente por su hermano más pequeño? ¿Qué pensarí...