Parte 6

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Betty y su hijo, viven en una casita de dos plantas, en el barrio de Palermo, muy cerca de la iglesia parroquial. Delante de la vivienda, hay un coqueto y cuidado jardincito, rodeado por una media tapia, que se cierra con una cancela de hierro forjado, y es el acceso a la calle. Tal y como explicó el niño, la casa era azul, más concretamente azul celeste.

Betty le invitó a entrar, y el accedió gustoso. Aquella joven y aquél chiquillo, tenían un no se qué, que le agradaba, que le hacía sentir cómodo.

Cuando pasó al interior de la casa, miró con agrado, la vidriera de colores, con una enorme azucena en el centro, que ocupaba, la mitad superior de la puerta de entrada. Le recordó el Art Decó, y se lo siguió recordando, la lámpara de estilo Tiffany, que al accionar el interruptor, llenó de tenues coloridos, la agradable sala de estar.

Betty.- Siéntese por favor, ¿se queda a almorzar con nosotros, verdad?... yo subo a lavar a Guiller y a cambiarlo de ropa, y enseguida preparo algo... pero, antes querrá alguna cosa de beber, lo siento pero yo no tomo, así que no tengo alcohol en casa... ¿le provoca un jugo?, lo tengo de mora, de naranja y de lulo... ¡ah!, y también tengo unas cervezas, son para cuando viene Nicolás, no lo recordaba... póngase cómodo... el sofá es muy bajo ¿verdad?, espere que le arrimo la butaca... ¿qué me dijo, jugo o cerveza?... ¡Guiller no saltes los escalones, no te vayas a caer de nuevo!...

Armando, la mira sonriente, esa mujer y su hijo, hablan en pocos minutos, más de lo que él es capaz de articular en dos días... jajajaja, pero le gusta, si Señor, es tan fresca y espontánea...

Se sienta, en la butaca que ella le ha ofrecido. Está tapizada con una loneta de rayas de vivos colores, y tiene las patas pintadas de esmalte azul índigo, como el marco de las ventanas y las puertas.

Armando.- Una cerveza, por favor, y si, le acepto la invitación... suba tranquila con el niño, que yo espero, y verdaderamente el sofá es muy bajo, parecen más unas colchonetas... ¿no?...

Betty, que regresa con la cerveza y un vaso.- Lo cierto que casi todo lo que tengo en la casa, es comprado en baratillos, o recogido de la basura... ¡no se puede imaginar, las cosas que la gente llega a tirar!, luego un poco de imaginación, pintura, y algunas telas del mercadillo, y ... et voilà!, ¿no queda mal, cierto?... sobre todo, porque cuando regresé a la casa de mis papás, después de nacer Guiller, tuve que tirar la mayor parte de los muebles, una numerosa familia de carcoma se había instalado acá e hicieron estragos, aunque después de todo, tampoco eran nada del otro mundo... pero le dejo, en unos minutos bajo... el baño está arriba, segunda puerta a la derecha, si necesita algo.

Armando.- Estoy bien, gracias...

Mientras ella sube con el niño, él mira curioso la sala, realmente es una amalgama de diferentes estilos y objetos, pero combinados de un modo realmente agradable y acogedor.

Le llama especialmente la atención la vieja estufa de carbón, colocada en un extremo y pintada de negro, que saca su tubo por un agujero que hay en uno de los cristales superiores de la ventana. Se acercó a mirarla, y se sorprendió, pues pensaba que era simple adorno, al menos así se lo sugirió la planta que en un tiesto de cerámica amarilla, naranja y verde, había encima, pero justo a un lado, pegado a la pared, estaba el cajón de madera repleto de carbón, la caja de las cerillas, y un montoncito de papeles de diario doblados primorosamente.

Efectivamente el sofá estaba formado por un entarimado de madera, que él quiso reconocer como los palés de listones que usaban las máquinas elevadoras de cargas, y sobre él, dos colchonetas de goma espuma, gruesas y enfundadas en una funda de muselina morena, de color crudo. Sobre ellos, muchos almohadones grandes, amarillos, azul índigo, verde pistacho y anaranjados.

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