Parte 18

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Invitados, los justos, Nicolás, su mamá y unos pocos conocidos por parte de Betty, y don Roberto, doña Margarita, Daniel Valencia y Mario Calderón, los ejecutivos del Fashion Group, así como unos pocos amigos y algunos empleados de más confianza, por parte de Armando. En definitiva, unas treinta personas.

El novio muy elegante, con traje negro, camisa blanca y corbata gris. La novia, muy natural, con un vestido de crêpe de seda de color marfil, corto, sin mangas y de líneas rectas y abrigo de manga al codo y pequeñas solapas, del mismo tejido y color que el vestido. Medias de seda transparentes y zapatos altos y forrados a juego. El cabello recogido en un moño francés, pendientes de perlas, heredados de su mamá y pequeño bouquet de capullos de rosa, color amarillo salteados de alhelíes blancos.

La ceremonia fue de lo más sencilla, apenas unas palabras del alcalde, que fue quién la celebró, el mutuo consentimiento, el intercambio de anillos, los mismos que habían venido usando, mientras hicieron de familia ficticia para Mr. Stevenson y la firma de las actas.

Guillermo, muy seriecito, junto a sus abuelos, que si ya lo querían antes, ahora que sabían que era un Mendoza biológico, aún estaban más felices, sobre todo doña Margarita, que cada vez que lo miraba, es como si dijese, "si ya lo decía yo, que se conocían de antes y tanto que se conocían...". Luego el almuerzo en el "Country Club", y ya de noche, el vuelo a Cartagena, para la luna de miel.

Esto es lo que más feliz había hecho a Guillermo, después de la tarta de chocolate y los helados que pudo tomar, en el almuerzo de bodas de sus papás, el viajar con ellos a la playa y nada menos que en avión.

Los abuelos se ofrecieron a quedarse con él, engatusándolo con la promesa de hacer multitud de cosas atrayentes y divertidas, pero la carita de pena que se le puso, al saber que por seis largos días y noches, tendría que estar lejos de su mamá, por primera vez en la vida, fue suficiente para convencer a Armando de que lo llevaban con ellos.

Cuando llegaron a Cartagena, era noche cerrada y Guillermo, no se tenía de pie, así que su papá debió cargarlo todo el tiempo, hasta que lo dejó acostado, en su cama de la habitación contigua a la de sus papás. Eso sí, con una luz encendida y la puerta entreabierta, por si tenía miedo. Ellos por su parte, disfrutaron relajadamente de un baño y del champán de bienvenida, que con unas fresas, les dejaba el hotel. Para luego irse a la cama juntos, hacer el amor muy dulcemente y quedarse profundos, uno en brazos del otro.

Con la luz del día, llegaron los gritos, las risas y los saltos de Guillermo, sobre su cama. Acababa de descubrir el mar, a través de las ventanas y estaba ansioso por meterse en él, además reclamaba comida, el pobre niño juraba que "se estaba muriendo de hambre".

No hubo más remedio que levantarse, vestir ropa estival y bajar de inmediato a dar cuenta de un suculento desayuno. Después, de modo irrevocable, Guillermo tuvo que aceptar, que debían pasar por algunas tiendas y comprar las cosas que tanto él como su mamá necesitaban, para poder estar en Cartagena, ya que en Bogotá no las tenían.

Así, que pasaron gran parte de la mañana, adquiriendo vestidos veraniegos, bermudas, camisetas de manga corta, algunos bañadores, sandalias, una enorme bolsa de playa, toallas, bronceadores y cremas, y todo un set de cubos, palas, rastrillos y moldes, para jugar en la arena, empaquetado dentro de una mochila de plástico transparente ribeteada de amarillo, que Guillermo se cargó feliz a la espalda y no hubo modo de quitarle, ni para sentarse a almorzar.

Armando quiso que el almuerzo fuese todo a base de pescados y frutos de mar. Por primera vez, tanto Betty como Guiller, comieron langosta, dentro de una exquisita ensalada, pero langosta a fin de cuentas. Cangrejo, gambas y unas riquísimas argollas de calamares, entre otras exquisiteces. Bebieron Peto Cartagenero, y proyectaron que harían los días que estuviesen allí.

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