De rodillas.

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Arizona tenía una vida plena. Había conseguido un buen puesto de responsable de publicidad en una de las mejores empresas de la ciudad. Su despacho estaba situado en la última planta de la Avenida Cinco, casi anexa a la calle principal, centro de la moda y las grandes y suntuosas compras impulsivas de la clase alta. Desde su mesa de despacho, chapada en madera de cerezo que ella misma había elegido, podía ver el barullo de la gente agolpada en las aceras, el ruido de los coches, el murmullo frenético del día a día.

Arizona Robbins se consideraba una mujer de la ciudad, pocas veces había necesitado aislarse del mundo y del ruido y, cuando así lo precisaba, alquilaba una casita en la costa a unos doscientos kilómetros de allí y era asidua a los largos paseos por la playa, a las noches calurosas acompañada únicamente de una radio, y se negaba rotundamente a poner el televisor. El bosque nunca fue de su preferencia así que optaba por no ir.

Su vida era plena, sí. Su familia era reducida; su madre, su padre, alguna tía segunda, algún primo lejano y poco más. Tenía una buena relación con ellos, pero no la bombardeaban con innumerables comidas familiares y, gracias a ello, tenía mucho tiempo libre que con el paso de los años, lo fue ocupando con el trabajo. ¿Parejas? Muy pocas, hacía tiempo que estaba sola. No por su físico, ella poseía la belleza que cualquier mujer podría desear. Era delgada pero con formas; tenía una inmensa y tupida cabellera ondulada color rubio, unos ojos azules, piernas largas y un aire griego que embelesaba a cualquier persona.

Sin embargo, por alguna razón no poseía la paciencia de soportar a los hombres que había conocido, no por el carácter, ella era tranquila, sino porque por alguna razón ninguno llenaba su vacío. Nunca supo que buscaba en un hombre, jamás se lo había planteado. Cumplió los treinta y dos años sola, pero era algo que no le quitaba el sueño.
Durante las largas horas de soledad en su pequeño apartamento de La Villa, había devorado innumerables libros; a veces leía historia antigua, adoraba las novelas basadas en personajes que habían existido, Alejandro Magno, Cleopatra, Roma, Grecia... No era algo habitual en una chica de su edad. Más de una vez, esperando en el aeropuerto por algún viaje de negocios, había notado la mirada furtiva de algún hombre de su edad intentando comprender por qué una mujer que fácilmente pasaba por «tonta» alimentaba su mente con ese tipo de literatura.

Ella se reía sola, le resultaba cómico que al verla por fuera creyeran que era una de esas jóvenes floreros que decoraban a los hombres por la calle, entablaba una pequeña conversación y no tardaba en darse cuenta de que no merecía la pena seguir charlando.
Otras veces leía literatura fantástica. Desde niña le atrajo Stephen King y, aunque ya no era tan habitual en su particular biblioteca, leerlo la transportaba a su juventud y le recordaba ferozmente su época adolescente.
Su época adolescente. Un torbellino de sensaciones y experiencias maravillosas. Sí...

Era posiblemente su mejor y a la vez peor época. Se convirtió en una chica popular, formó parte del grupo de animadoras del instituto y pronto se transformó en una pequeña tirana. ¿Qué importaba eso? Era tan sólo una niña. Todos los niños eran crueles, a veces demasiado. Más de una vez se vio tentada a asistir a una de esas cenas de antiguos alumnos y ver que había sido de todos sus compañeros. Los años no pasaban para todos igual. Una tarde, paseando por la calle, se había encontrado a una amiga del colegio, ya ni siquiera recordaba su nombre. Había engordado más de veinte kilos e iba acompañada de un hombre de mediana edad y dos niños pequeños de unos cinco años.

Después de aquel encuentro, Arizona había tenido dos sentimientos contradictorios; por un lado se enorgullecía de cómo se mantenía física, mental y laboralmente; se alegraba de no depender de un hombre que con el paso de los años se quedaría sin pelo y miraría rabiosamente el dinero de la cesta de la compra. Por otro lado sentía una profunda tristeza preguntándose por qué ella no habría encontrado alguien con el cual compartir su vida, formar una familia, ser feliz. Con el paso de los días se olvidó totalmente de aquella mujer y nuevos proyectos en la empresa la engullían hasta altas horas de la mañana.

De rodillas. (Calzona +21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora