Castigo.

433 25 4
                                    

Después de la cena, bajaron al sótano. Para sorpresa de Arizona, el amplio pasillo daba a un inmenso salón repleto de cojines enormes, sofás de terciopelo de mil colores y alfombras persas.

Las paredes eran de piedra, varias lámparas de aceite iluminaban la estancia y al fondo había una pequeña barra semicircular tapizada en rojo y un mueble de estanterías diáfano lleno de licores de todo el mundo. Le recordaba a los salones de té de Marruecos; era muy acogedor, y aquella habitación también estaba provista de una pequeña chimenea empotrada en la pared.

Alex pasó por delante de ella y pegando un salto se tiró en el primer sofá; su joven sumisa no tardo en descalzarse y colocarse entre sus piernas en el suelo; en cambio Addison optó por tumbarse donde los cojines acompañada de Reed y April, una pequeña mesa de centro le servía para colocar su copa.

—Los cojines son para los que tienen flexibilidad —dijo Mark mientras se
acomodaba junto a Calliope y Arizona en otro sofá.

—Por eso Alex está en el sofá —se mofó Addison.

Antón había entrado el último y, encendiendo un enorme puro, se sentó en una butaca próxima a la chimenea; un pequeño interruptor en la pared encendió una suave melodía que invadió cada rincón de aquel lugar. Cogió uno de los periódicos sobre la chimenea y se puso a leer.

—Después de cenar siempre hemos bajado aquí. —Mark besó su hombro y se apoyó en ella—. Aquí hemos tenido conversaciones para escribir varios tomos. Nos encanta este salón.

—Es muy bonito. —Miró a su alrededor, todos charlaban animadamente mientras Callie se mantenía distante, totalmente ajena a su entorno.

—Escucha —dijo en tono bajo—. Antes has estado maravillosa.

Le sonrió con la necesidad de trasmitirle lo mucho que la ayudaba aquel comentario, y miró de nuevo a Callie pero esta mantenía la mirada fija en Addison y las dos mujeres. Se sintió algo avergonzada al comprobar que Alex empezaba a dejarse tocar por Leah que, colocada entre sus piernas, palpaba sutilmente su entrepierna mientras este hablaba con Addison sin prestar atención a sus movimientos. Se aferró al brazo de Callie, le dirigió una mirada algo inquisitoria y se movió incómoda.

—¿Te ocurre algo? —le preguntó.

—No, preciosa, nada que ver contigo. Ahora quédate con Mark. Tengo algo que hacer.

Se levantó del sofá y se dirigió hacia la barra; Addison no tardó en incorporarse y fue tras ella. Durante unos minutos se mantuvieron apartadas hablando hasta que la voz suave de Addison emergió tajante, rompiendo los murmullos de todos.

—Reed, a tu posición.

Fue escuchar su voz y la muchacha se incorporó desorientada, se desprendió de su ropa y se puso de rodillas frente a todos con la cabeza baja y la mirada
hacia el suelo. Addison se acercó a ella y se inclinó para susurrarle algo, que
Arizona no pudo escuchar. Solo pudo ver los ojos suplicantes de la joven, que apenas podían contener las lágrimas intentando sin respuesta rogarle con la mirada que no la dejara allí. Entonces Calliope se aproximó; llevaba una vara en la mano y levantó con ella su barbilla.

—Creo que el otro día tuviste una conversación telefónica con una amiga y mi nombre, el de mi negocio y esta casa salió a relucir. ¿Es así?

El labio inferior de su boca comenzó a temblar; la mujer a duras penas podía contener las ganas de llorar y los nervios.

—Contéstame, Reed.

—Señora, fue un comentario sin maldad; es muy buena amiga, sólo le decía lo mucho que usted había…

De rodillas. (Calzona +21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora