Te odio tanto...

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Aquella mañana en la oficina no pudo contenerse y tras cerciorarse de que nadie la molestaría, rebuscó en un motor de búsqueda el nombre de Calliope Torres. Varias noticias aparecieron como enlaces en la pantalla de su ordenador.

«Torres consigue la libertad sin cargos para el empresario acusado de
soborno y malversación de fondos» … «La abogada Calliope Torres veta la
entrada de la prensa en el caso ACor»… Un poco más abajo, anexa, aparecía
una imagen. Pinchó sobre ella y pudo ver una muchedumbre agolpada ante los juzgados, frente a un hombre de mediana edad con rasgos orientales y cejas pobladas; a su lado, tapada con una bufanda gris perla hasta la nariz, se veía a una mujer alta de unos treinta y tantos dirigir una mirada desafiante a un reportero.

Apenas podía verla, casi era imposible, la imagen era muy pequeña y si la
aumentaba quedaba totalmente distorsionada y se veía peor. Busco más imágenes, pero esa tal Torres parecía cuidarse de la prensa. «El equipo de
Torres no hará declaraciones a la prensa sobre los supuestos desvíos de dinero de la empresa que defiende»

Un poco más abajo: «Torres vuelve a ganar» .

Se quedó pensativa. ¿Sería posible que una mujer tan ocupada hiciera aquello? No era lógico, igual estaba equivocada o quizá podía ser la pequeña y distraída
Torres del instituto.

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Llegó la noche de la celebración esperada. Un vestido gris cobalto por encima de la rodilla, unos zapatos de tacón a juego y una rebeca de punto fino fue lo que escogió para esa noche. Al principio le resultó algo ostentoso, pero sus continuos  escarceos en la web del instituto y las fotos de las fiestas anteriores dejaban claro que todos se vestían casi de etiqueta para asistir.

Cogió un pequeño bolso que se
cruzó en el hombro y llamó a un taxi. La celebración sería en el Hotel Real, un  bonito edificio a las afueras de la ciudad, de dos plantas, rodeado de árboles frutales y un extenso bosque. Ya en la puerta identificó a varias de sus antiguas compañeras del equipo de animadoras, que no dudaron en saltar a sus brazos para saludarla.


—¡Arizona! Estás radiante ¡Para ti no pasa el tiempo!

Desgraciadamente para ti sí, pensó para ella.

Muy amable, Teddy, tú estás estupenda. ¿Te casaste?

Tengo una preciosa niña de cinco años. Vivo en el centro. ¿Y tú?

Yo estoy sola, sólo me faltan los gatos y un turbante, pensó.

Bueno, aquí ando —contestó—. Demasiado ocupada con el trabajo como
para pensar en hombres…

Pasaron al amplio salón dispuesto para el evento. Un horrible cartel indicaba
el nombre del instituto y la promoción; pendía de hilos transparentes sobre un
falso techo. Las mesas se extendían por todo el perímetro, repletas de canapés,
copas de cava, botellas de vino y demás refrescos, y los camareros iban y
venían de un lado a otro con las bandejas. Identificó a varios de los chicos de la clase, unos con más barriga, otros sin pelo, alguno aún con un buen físico. A simple vista, había de todo.

Una hilera de sofás de alcántara color azul se difuminaba por dos de los extremos del salón. La gente cogía un platito de porcelana blanca, una copa de vino o cava, y se sentaba animadamente a charlar de sus vidas en los rincones dispuestos para ello. Lo cierto es que no era tan triste como se lo había imaginado. Los años habían pasado, las diferencias de clases
cambiaban y los complejos daban paso a la dureza de los años y la sensatez.

De rodillas. (Calzona +21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora