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Christopher vio que Dulce abría y cerraba la boca varias veces antes de decir:

–No puedes hablar en serio.

Si alguna vez una mujer había parecido un cervatillo cegado por los faros de un coche, era Dulce. Estupendo. Ahora que le estaba prestando atención, tal vez empezaría a escucharlo.

–Lo digo absolutamente en serio –Christopher se cruzó de brazos, mirando a la mujer a la que tenía intención de convertir en su esposa–. Yo no bromeo sobre cosas tan importantes como pasar por el altar, cariño. Te dije esta mañana que no tendría un hijo sin estar casado y lo decía en serio.

Ella lo miró con un brillo de furia en los ojos.

–Y como yo te he dicho esta mañana, no hace falta estar casado para tener un hijo.

–Es posible que eso le convenga a algunos, pero a mí no. Yo creo que cuando un hombre deja embarazada a una mujer su obligación es casarse con ella. De modo que nos casaremos lo antes posible.

–No, de eso nada –Dulce se levantó para clavar un dedo en su pecho–. Deja que te diga una cosa: vas a tener que acostumbrarte a la idea de ser padre soltero porque no me casaría contigo aunque me lo pidieras de rodillas.

Christopher no estaba acostumbrado a que nadie lo desafiase abiertamente, al menos en el mundo de los negocios. Y si alguien tenía el coraje de contradecirlo se encontraría en medio de una batalla de ingenios que casi con toda seguridad iba a perder. Pero, por razones que no podía entender, el desafío de Dulce le parecía estimulante.

Tal vez por la considerable diferencia en estatura. Con un metro noventa y tres le sacaba dos cabezas, pero eso no parecía intimidarla en absoluto. O podría ser que nunca una mujer embarazada se había plantado delante de él para clavar un amenazador dedo en su pecho. En cualquier caso, Christopher tuvo que hacer un esfuerzo para no sonreír. Su matrimonio no iba a ser nada aburrido.

–Eso nunca se sabe, cariño.

–Te lo digo ahora mismo: no me voy a casar contigo –insistió Dulce–. Estar casado no es un requisito para tener un hijo. Pero podemos llegar a un acuerdo para que participes en la vida del niño, así que deberías empezar a pensar en eso y dejar de insistir en un matrimonio que no va a tener lugar.

Christopher la tomó por los hombros.

–Lo primero, cálmate. Enfadarte así no puede ser bueno para el niño. Y segundo, sí vamos a casarnos, así que sugiero que te acostumbres a la idea lo antes posible y empieces a pensar qué vas a ponerte para la ceremonia y si quieres invitar a tus hermanos.

–¿Qué?

–Estoy dispuesto a esperar hasta el fin de semana que viene si quieres contar con ellos, pero nada más.

Antes de que Dulce pudiera protestar, Christopher inclinó la cabeza para silenciarla con un beso. Y en cuanto probó sus labios los recuerdos de lo que habían compartido en Aspen volvieron con más fuerza que nunca. Desde el momento que la vio esa mañana se había preguntado si sus preciosos labios seguirían siendo tan suaves, si su respuesta sería tan apasionada como lo había sido entonces.

Al principio ella se quedó inmóvil, pero Christopher sintió que parte de la tensión desaparecía y aprovechó la oportunidad para incrementar la presión. Afortunadamente, por fin Dulce dejó escapar un suspiro mientras se abrazaba a su cintura.

Esa señal lo animó a explorar su boca con una pasión que inmediatamente lo hizo recordar que habían pasado varios meses desde la última vez que la besó y le hizo el amor. El juego de sus lenguas lo excitaba como nunca y su corazón se lanzó al galope.

Una noche dos hijosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora