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Dulce encontró a Christopher en el saloncito del dormitorio principal, leyendo el periódico. Con un pantalón vaquero y un polo verde oscuro, estaba tan guapo como siempre.

–¿Por qué no me has despertado?

Él levantó la mirada, con una sonrisa en los labios.

–Pensé que querrías dormir un rato más –respondió, doblando el periódico y levantándose para darle un beso en la frente–. ¿Tienes idea de lo preciosa que estás con esa bata?

Un delicioso escalofrío de emoción la recorrió por entero cuando empezó a besar su cuello.

–Yo… es que no he encontrado otra cosa que ponerme.

–Creo que es la primera vez que alguien se la pone.

–Lo dirás de broma –sonrió Dulce, mirando la bata de seda negra–. ¿Tú no te la pones nunca?

–No, qué va –Christopher se encogió de hombros–. ¿Para qué voy a usar una bata sólo para ir del vestidor al baño cuando puedo ponerme una toalla?

–¿Y si tienes invitados?

La mirada masculina aceleró su pulso, como ya era habitual.

–Cariño, la única persona que está conmigo en el dormitorio eres tú y tenía la impresión de que te gustaba que no tuviera inhibiciones.

Antes de que pudiera decirle que era incorregible, Christopher tomó un teléfono y pulsó un botón.

–Ya puedes subirnos el desayuno, María.

–Sí, señor Uckermann. Lo llevaré enseguida –Dulce oyó una voz femenina al otro lado.

–Christopher, podríamos haber bajado a desayunar –protestó.

–No –dijo él, tomando su mano–. Debes comer lo antes posible para no tener náuseas.

–Pero no estoy acostumbrada a que me sirvan.

–Lo entiendo, cariño. A mí también me gusta hacer las cosas por mí mismo algunas veces, pero te dije que iba a cuidar de ti y eso es lo que estoy haciendo. Por eso quiero que tomes el desayuno lo antes posible. Además, tienes que conservar las fuerzas.

–¿Por qué?

–Porque tengo algo planeado que creo que te gustará tanto como el viaje a San Antonio –contestó Christopher, acercándose a la puerta cuando oyó un golpecito.

Una mujer de mediana edad y bonitos ojos castaños entró en la habitación con una bandeja en la mano y sonrió después de que Christopher hiciera las presentaciones.

–Encantada de conocerla. Si quiere tomar algo especial de desayuno mañana, dígamelo.

–Gracias, María –sonrió Dulce–. Pero dudo que…

–Si queremos algo especial, te lo haremos saber –la interrumpió Christopher.

La cocinera asintió con la cabeza.

–Que disfruten del desayuno.

Cuando la puerta se cerró tras ella, Dulce arrugó el ceño.

–¿Por qué cree María que voy a estar aquí mañana?

–Probablemente porque yo le he dicho que estarías aquí a menudo a partir de ahora –le confesó él, levantando la tapa de una bandeja.

–¡Christopher!

–No te enfades, no le he dicho que vayas a estar aquí indefinidamente. Venga, vamos a desayunar. Tenemos un día muy largo por delante.

Dulce estaba a punto de protestar, pero el delicioso aroma que salía de las bandejas era demasiado tentador y decidió sentarse para probar la tortilla.

Una noche dos hijosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora