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Cuando Christopher inclinó la cabeza para buscar sus labios de nuevo, Dulce se preguntó si había perdido la cabeza. Ni una sola vez desde su inesperado reencuentro se había disculpado por lo que pasó en Aspen. Le había explicado el uso del alias y la razón por la que tuvo que marcharse a toda prisa esa mañana, pero no había dicho que lo sentía.

Claro que eso no cambiaba nada porque con un beso, un simple roce de su mano, se volvía loca. Había sido así casi cuatro meses y seguía siendo así en aquel momento.

Mientras lo abrazaba se preguntó brevemente qué pasaría si por la mañana se hubiera ido... o cualquier otra mañana. Pero Christopher seguía besándola y, abandonándose a los sentimientos, Dulce dejó de hacerse preguntas.

Tembló cuando deslizó la mano hacia sus braguitas para quitárselas, pero cuando levantó el camisón empezó a sentirse incómoda.

–Christopher, ¿te importaría apagar la luz?

–Si te preocupa lo que piense de tu figura ahora que estás embarazada, por favor, deja de preocuparte –Christopher tiró del camisón para quitárselo por encima de la cabeza y, sin dejar de mirarla a los ojos, la tumbó sobre la cama.

–Siempre has sido preciosa, cariño.

La miraba de arriba abajo con los ojos cargados de deseo y Dulce lo creyó. Fue casi como si la hubiera acariciado con los dedos.

–Y me había equivocado –siguió Christopher, poniendo una mano sobre su abdomen e inclinándose para darle un beso en el ombligo–. Ahora eres más preciosa que en Aspen y no tengo la menor duda de que lo serás más cada día.

Sin dejar de mirarla, saltó de la cama para quitarse los calzoncillos. Su físico era tan impresionante como lo había sido en Aspen y cuando quedó completamente desnudo Dulce abrió mucho los ojos al ver su erección irguiéndose orgullosa sobre el vello oscuro entre sus piernas.

Pero fue su ardiente mirada cuando volvió a la cama lo que la dejó completamente sin habla.

–Te he deseado desde el momento que te vi –le confesó, tomándola entre sus brazos.

La piel de su torso, suave y dura al mismo tiempo, el olor de su colonia y el sonido de sus jadeos la hacían sentir escalofríos.

–Christopher…

Él acarició su espalda, trazando su espina dorsal con los dedos para apretar después apasionadamente su trasero… cuando su gemido ronco se mezcló con los suspiros de Dulce instintivamente supo que estaban experimentando el mismo placer.

Volvió a besarla y Dulce enredó los dedos en su pelo, buscando su boca. Lo deseaba más de lo que había deseado nunca a ningún hombre, con un ansia urgente que sólo él podía despertar.

Sentía su cuerpo latiendo de deseo y el suyo propio respondió con un río de lava. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que la abrazó así y le pareció como si hubiera llegado a casa. Nunca había sentido tal intimidad, tal seguridad en los brazos de otro hombre.

Sólo con Christopher.

Él siguió besando su garganta, sus clavículas… hasta llegar a sus pechos. Y Dulce lo apretó contra ella mientras tomaba un pezón en la boca; la intensidad de la sensación al notar el roce de sus labios enviando una ola de deseo por todo su cuerpo que amenazaba con consumirla.

–Por favor –susurró–. Ha pasado tanto tiempo…

–Tranquila, cariño –le advirtió Christopher, acariciando sus caderas–. Yo también te deseo, pero quiero que disfrutes tanto como yo.

Una noche dos hijosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora