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Un delicioso aroma a comida despertó a Dulce que, suspirando, se levantó de la cama y fue al cuarto de baño para lavarse la cara. Evidentemente, Christopher no le había hecho ni caso a pesar de haberle pedido que se marchara y la dejase en paz, pero con lo cabezota que era tampoco había esperado que lo hiciese.

Y, aunque era muy frustrante, se olvidaría del asunto hasta que hubiese probado aquello que olía tan bien.

Cuando entró en el salón, Christopher estaba encendiendo dos velas blancas colocadas en preciosos candeleros de plata.

–Hola, dormilona –sonrió–. Estaba a punto de despertarte. ¿Qué tal la siesta? ¿Has dormido bien?

–Sí, bastante bien –contestó ella.

Debería decirle que se fuera, pero su enfado había desaparecido al verlo. Estaba muy guapo a la luz de las velas. Se había subido las mangas de la camisa y tenía unos antebrazos tan atractivos…

Dulce tragó saliva. Sus activas hormonas estaban haciendo de las suyas otra vez si sólo con ver unos antebrazos masculinos se ponía nerviosa, pensó.

Decidida a concentrarse en algo que no fuera aquel hombre tan sexy, señaló las bandejas que había sobre la mesa.

–¿Y esto?

–He pensado que te vendría bien comer algo cuando despertases.

–Agradezco mucho tu preocupación, pero podría haber tomado una sopa o un bocadillo –dijo Dulce, dejándose caer sobre la silla–. Esto es un banquete.

–Comer algo ligero está bien de vez en cuando –sonrió Christopher, sentándose frente a ella–, pero necesitas vitaminas y minerales para que los niños y tú estéis sanos.

–¿Desde cuándo eres nutricionista?

–No lo soy, pero es una cuestión de sentido común. Aunque ha sonado impresionante, ¿verdad?

–Sí, pero deberías tener cuidado –Dulce no pudo evitar la risa–. No te rompas un brazo dándote palmaditas en la espalda.

La agradable camaradería continuó durante la cena, la más deliciosa que había tomado en mucho tiempo. Para cuando terminaron el postre, Dulce estaba llena.

–La mousse de chocolate estaba riquísima. La mejor que he probado nunca.

Christopher asintió con la cabeza.

–Estoy convencido de que María López es, sin la menor duda, la mejor cocinera de Texas. –Después de esta cena desde luego tiene mi voto –sonrió Dulce, levantándose.

Pero cuando empezó a recoger los platos Christopher la sujetó por la muñeca y tiró de ella para sentarla en sus rodillas.

–Yo me encargaré de eso en unos minutos.

–Pero…

–Tenemos que hablar de lo que pasó en Aspen.

–Christopher, no…

–He intentando contártelo antes y tú no querías saber nada, pero esta vez no pienso aceptar una negativa –la interrumpió él, decidido a decir lo que quería decir–. Voy a contarte lo que pasó, desde lo de usar un nombre falso a la razón por la que me marché esa mañana sin despedirme.

Le gustase o no, pensó Dulce, había llegado el momento de escuchar la verdad. De otro modo nunca serían capaces de llegar a un acuerdo amistoso.

–Muy bien. Estoy escuchando.

Christopher respiró profundamente.

–Lo primero, tengo por costumbre usar un nombre falso cuando voy a alguno de mis hoteles para comprobar si funcionan bien.

Una noche dos hijosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora