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–¿Qué ocurre, Christopher? –le preguntó Maite el viernes por la mañana, entrando en el salón de su casa–. Y no me digas que no te pasa nada porque te conozco perfectamente.

–Hola, Maite –suspiró él, sentado en un sillón frente a la chimenea–. Parece que el fisioterapeuta está haciendo maravillas, ¿no? Ahora caminas mucho mejor que hace una semana.

–No me cuentes rollos –dijo ella, mientras se sentaba a su lado–. No vas a distraerme con eso después de hacerme venir hasta aquí. Quiero saber por qué no has ido a la oficina en toda la semana y por qué parece como si hubieras perdido a tu mejor amigo y… ¿cuándo fue la última vez que te afeitaste?

–Hace un par de días –respondió Christopher, pasándose una mano por la cara.

–¿Por qué?

–No lo sé, me apetecía tomarme unos días libres.

Maite hizo una mueca muy expresiva.

–Y yo nací ayer. Venga, Christopher, no me cuentes historias. No has dejado de afeitarte ni un solo día desde que te encontraste tres pelos en la barbilla a los trece años. Y nunca te tomas días libres a menos que estés visitando alguno de tus hoteles, que los dos sabemos que no son unas vacaciones. Así que dime qué te pasa y dímelo ahora mismo.

Christopher sabía que tendría que contarle la verdad. Incluso antes de que su padre muriese, Maite y él siempre se habían llevado de maravilla. Su hermana lo conocía mejor que nadie y era tan protectora como él con ella. De modo que no había escapatoria.

–En cinco meses y medio voy a ser padre… de mellizos –anunció por fin.

El silencio de su hermana demostró que era una noticia totalmente inesperada.

–¿Lo dices en serio? –le preguntó por fin, atónita.

–Tú sabes que no bromearía sobre algo tan importante como eso.

–Por Dios, Christopher, sé que después del accidente no me he enterado de muchas cosas, ¿pero cómo es posible que me haya perdido algo así? –exclamó Maite entonces–. He vivido aquí, en tu casa, durante varios meses y sé que no salías con nadie.

Después de explicarle lo que pasó en Aspen, y lo que había ocurrido recientemente, terminó contándole la reacción de Dulce cuando le pidió que se casara con él.

–Después de llevarla a su apartamento volví aquí. Fin de la historia.

–No, yo no lo creo –dijo Maite entonces–. Entiendo que esa chica te haya dicho que no porque yo hubiera hecho lo mismo. Si quieres recuperarla vas a tener que pedirle perdón de rodillas.

–Yo no pido perdón –murmuró Christopher, de repente irritado con su hermana. Normalmente estaban de acuerdo en todo y le molestaba que no se pusiera de su lado.

–Bueno, pues yo diría que si quieres casarte con ella y criar a tus hijos vas a tener que empezar – Maite puso una mano en su brazo–. Sé que lo que pasó hace cinco años tiene mucho que ver con cómo has llevado esto, cariño. Pero Dulce no es Paula. Por lo que me has contado está encantada con el embarazo y con la idea de ser madre. Y, al contrario que Paula, es evidente que le gustan los niños porque es la propietaria de un colegio.

–Sí, ya lo sé.

–Entonces no la culpes por algo que no ha hecho.

Christopher negó con la cabeza.

–No es eso.

–¿Ah, no? Sé que te culpas a ti mismo por no haberte dado cuenta de lo que estaba haciendo Paula. Pero eso es el pasado y tienes que olvidarlo de una vez. Y no sé si querrás admitirlo o no, pero lo que te hizo Paula fue más que nada un golpe a tu orgullo.

Una noche dos hijosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora