Werner:
Una violenta y estruendosa tos hace que despierte, alerta.
Me yergo en la silla y un molesto dolor de espalda y de cuello me recorre.
Me quedé dormido en una maldita silla.
La tos continúa y tardo un segundo en recordar dónde y con quién estoy.
Ann.
Llevo mis ojos hacia su cuerpo y, para mi horror, la encuentro sentada en el borde, con los pies colgando de la camilla y con una mano en sus costillas mientras sigue con su incesante tos.
—¡¿Qué haces?!
Me levanto de golpe, yendo hacia ella y tomándola de los codos. Trata de alejarme, manoteando mis manos para que la suelte. Al final, la tos no la deja concentrarse y deja de luchar. Aprovecho mi oportunidad y, con cuidado, le vuelvo a meter los pies en la camilla y con una mano, tomo la botella de agua que preparé en caso de que lo necesitara.
Se la pongo en la boca, sujetándola por ella y agradezco a Dios que no se oponga a beber. No me hubiera gustado tener que hacerla beber a la fuerza.
Debe tomarse su tiempo para poder beber pequeños tragos, haciendo pausas cada que la tos la ataca. No se me pasa por alto las muecas que realiza con cada movimiento y el agarre tenso sobre sus costillas.
Pacientemente, sujeto la botella hasta que beba lo suficiente y la dejo en la mesilla cuando acaba.
Ann carraspea y otra mueca se hace presente. El doctor había dicho que esto pasaría y que se debía a la sequedad en su garganta por todo el humo que había tragado.
Hablo:
—¿Mejor?
Sus ojos rojos por la irritación se dirigen a mi persona, como si recién se hubiera dado cuenta de que soy yo quien se encuentra con ella.
No se me pasa por alto el que no me mire a los ojos.
Ann tarda en responder mi pregunta, y cuando lo hace, asiente una vez y comienza a inspeccionar el lugar que la rodea.
Su mirada recorre cada esquina, alerta y cuidadosa. Se fija un rato en la silla donde, sin darme cuenta, pasé la noche y luego sigue con la inspección en ella misma.
Soy testigo de como, poco a poco, una sombra va creciendo en su mirada, volviendo a sus ojos más marrones que verdes mientras estudia cada rasguño en su piel. Aprieta la quijada y sus dedos sobre las sábanas. Respira una vez, dos veces, tres veces, y, en un pestañeo, toda la rabia congelada que había aparecido en su rostro se esfuma, dejando un silencioso e inquietante vacío.
Sin perderla de vista, empiezo a retroceder.
—No te muevas, iré a llamar al doctor. ¿Me entiendes?
Nada. Solo observa con fijeza las sábanas.
—Hablo en serio. No te bajes de la cama— reitero, ganándome su atención, pero de nuevo, no sube sus ojos a los míos. Los mantienen en mi pecho—. Es una orden.
Un destello de burla desaparece tan rápido como apareció, volviendo a dejarla... vacía.
Ann asiente y vuelve los ojos a las sábanas.
Me apresuro a salir, sin tener demasiada confianza en ella y en su inquietante estado de ánimo.
No tardo más de tres minutos en encontrar al doctor y volver con Ann. Abro la puerta y la inspecciono, aliviandome al encontrarla en la cama, tal y como la dejé.
—Capitana Dankworth, buenos días— la saluda el doctor.
El único reconocimiento de parte de Ann es un movimiento de cabeza hacia el hombre.
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INMORAL-[En Proceso]
RomanceNadie conoce su rostro, pero eso no evita que el mundo la tema. Luego de la muerte del líder de la mafia, Ann Dankworth se convierte en la primera mujer que gobierna la mafia americana. Con 24 años, es una de las mujeres más poderosas del mundo y na...